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Dar orden causal, a lo que aparentemente carece de interrelación, en la sospecha de conexiones entre personas, más allá del haber todos ellos compartido unos mismos techos en alquiler, asignándoles relación en unos confines apenas intuidos por instantes, no pudiendo testimoniar en principio alguna base razonable, es un trabajo por pocos seres humanos emprendido, o pocos hubo y que con certeza se conoce lo hayan hecho.
Uno de estos seres humanos es un hombre llamado Laurent Chaplaine de la ciudad de Montpellier, en la vieja Occitania de Francia. Este hombre se mantuvo involucrado en un misterio a desentrañar, metasensible en su tipo.
A propósito, en ningún momento se hará relación aquí, atento a que se presenta a la ciudad de Montpellier, a recuerdos albigenses, y nada se dirá que remonte hasta la liga de los puros, ni hasta ninguna Catherine, que significa lo mismo. Eso lo dejamos a un lado. Montpellier tiene en estos momentos del siglo 21, miles de otras cuestiones que surcan sus venas y arterias; pero nadie inteligente dudaría lo siguiente: En el corazón de todos en la región de la sacra lengua del Oc, aquello debe pervivir diseminado en la interioridad, en la nada distinguible sensibilidad exterior de la gente, puesta hoy a las cosas comunes a toda una generalidad a nivel del mundo occidental. De paso apunto que Narbona, en épocas de la fortaleza del Pog de Foix en el área de Montségur, y como único caso de la región contigua a la vieja Armañac, se había mantenido consolidadamente en animadversión con la gesta de los buenos hombres y buenas mujeres circundantes, manteniendo una fría determinación de serles a los albigenses impíos occitanos. Pero eso fue antes, obvio. Fue cuando los amantes de las Catherine, fueron acusados por aquella ciudad.
Puede considerarse a ciertos puntos de vista como infantiles, y de algún modo nadie está exento de apoyarse a veces en obviedades que se sobreentienden, como por ejemplo al decir que si pasaron más de 700 años, la guía de todos los amaneceres de Occitania hoy tiene que ser muy distinta, otra guía absolutamente diferente, empero ocurre que uno se ve obligado de asistir a quienes, muy contrariamente a los que están asidos al actual acontecer, viven proclives a escaparse de la Historia en sentido recto, para tejer de tanto en tanto asociaciones acerca de cosas que no están o son inconcebibles de un tiempo, y si estuvieren, nada está dispuesto para que puedan de esa superstición servirse, y sin embargo caen una y otra vez en los aspectos más ajenos a la realidad. Y si estuviesen tales fenómenos activos, se los pudiera advertir o tangir desde una ciencia que penetre en las fuentes del conocimiento, justo adonde el sujeto adormecido y aun necio, nunca se alista para ir a abrevar y resiste conocer. Y en este episodio finisecular -que fecharé- se tratará de rastrear en dichas fuentes, desde el marco de la realidad y cotidianeidad abarcante. Por ello la necesidad de reforzar una guía que formulemos recta y apropiada, antes ordenándonos en la noción de que formalmente, Montpellier es una ciudad instalada en el futuro ahora.
Apuntábase al principio, que Laurent Chaplaine, quien pertenece a este tiempo, había emprendido hace años, dieciséis, un insólito estudio. Este hombre vivía con una tía suya, en aquel tiempo, Isabel Levasseur ; era esta mujer una despachante de marroquinería, y él, no.
Se conoce de un trance que lo abarcó durante meses a él, según lo testificaron dos mujeres francesas allegadas a Laurent e Isabel, que vienen casi sin interrupción todos los años a visitar a la familia de una de ellas dos a la Argentina, y en cuyas estancias hogareñas de todo un mes, y del testimonio completísimo de estas dos mujeres, en casa de una familia de la que soy íntegramente emparentable como otro más de allí, e igual a los propios, fue la forma con la cual yo he podido reunir todos los elementos de este extrañísimo empedrado de sucesos, como se podrá conocer más adelante.
Chaplaine pasaba las mañanas en un salón de usos múltiples de su casa, en los altos de un palacete de clase media, clásico oscuro, prosaico y falto totalmente de ornato; salón a la calle de abertura grande. Se aquerenciaba él allí, pendular costumbre, al alba. Daba en ese salón de su casa un uso regular, pero versátil en lo referente a diversos trabajos de índoles imprecisables, a una mesa oblonga, cuya tapa era de un enchapado de color marrón oscuro.
Durante las tardes Laurent se perdía en la ciudad, y de noche, y noche temprana, la cesación de actividad y el sueño.
Ahora algunos detalles sobre él: Un epifánico individuo, según la observación de todo caminante. Bien, hablo de un adulto disociado del medio, de modo contundente. El modelo, si es adecuado así expresarse, sería el de maestro del disfraz. Fundamento mi opinión, en estar muñido de fotos por él mismo mandadas a hacer en los parques, de sí mismo, en cuyas fotocopias me valí, y me baso.
Este hombre acostumbra a combinar, y lo emparento definitivamente a un Charlot, suele combinar, saco ajustado y corto, calzado sobre buena camisa. Pero, sin excepción, combina eso con un pantalón de bermudas, muy ajustado también, y esta combinación base nunca varía en él, en el vestir. Luego, o lleva zapatos relucientes, lustradísimos, o lleva puestas zapatillas oscuras, y en ambos casos con medias de algodón. Y armoniza además su deslumbrante figura, con acicalamiento general, y pelo en gel. Insisto en el hecho de que él nunca varía la intromisión de bermudas en la línea de saco y camisas y zapatos o zapatillas, lucido todo casi con desfachatez. Ese quiebre en un lógico vestir, da pie a cierta interpretación. Antes de tratar eso, diré que calza un reloj con malla de oro, de caja gruesa, posiblemente con cronómetros y otros usos horarios. Su andar, niega aparentemente, riguroso yo aquí de mantener la opinión autorizada de las francesas amigas, quienes no aciertan en eso aún, niega una identidad gay, aunque, los modismos de él hacen total rompimiento con toda predisposición varonil que se oriente al ruido, la fuerza, la algazara mucho menos, y el antro de naipes, humo, villar, apuestas y chistes macabros, son cosas que no conoce, pudiera decirse. Y haciendo extensivo el último ejemplo, a otras gamas, como hipódromos o lo que se prefiera.
Nuestro funámbulo sin cuerdas, digno de imaginarlo en un vernissage, en el reparto de cervezas y sándwiches, a tono él con una inauguración underground del arte, tiene proclividad por andar mucho en horas de la siesta temprana, y la estadística del vecindario marca que a las 18 hs en invierno y a las 20 y 30 hs en verano, este hombre se oculta en su casa y no vuelve a salir hasta el día siguiente, pero no antes de la hora 1ª de la tarde, en ningún día. Él y su tía contaban con la amistad de un hombre ligado a la familia por décadas, a quien comisionaban para los trámites o los encargos de provisión general, en las mañanas. Como señalé, más tarde, a las 13 hs, poco más o menos, este hombre se zambulle en las calles de la ciudad, a gastar asfalto, y a vivir con metodología la vida al aire libre. Usa él lo necesario el transporte público, porque mucho es dado a él caminar.
Me corro un poco de la descripción, para atender a la opinión antes prometida. El tema es que, de acuerdo con la construcción cultural forjada internamente, de otros y mía, no de todos lógicamente, el vestir, a uno nunca le ha requerido mucho pensar; en ocasiones uno le ha dedicado quince minutos, veinticinco minutos en ocasión de una fiesta importante, pero generalmente ocurre rápido. En los poco afines a estos cuidados, pero además coincidentes en evitar la complejidad en esto, nos resultaría imposible discontinuar la línea de concordancia, dictaminante de que un saco, jamás, hablo de camisa y chaqueta, bajo ninguna circunstancia del destino, podrá combinarse con bermudas, sea de la tela que fuese, dado que de poner esa combinación a prueba, uno sentiría una alteración en la suerte, o una suerte adversa en lo personal y cosas así. La idea central, sería la de simpatizar con flexibilizar los usos en el vestir, estar de acuerdo, como en mi caso, porque mucha gente del grupo que uno integra se ha puesto de más joven al borde de la comicidad, pero nunca flexible al nivel de interrumpir una natural relación de estándares, dictaminante de que una musculosa jamás, podrá calzarse al tiempo de un pantalón de sarga, que sería adecuado a una gala justamente.
Ahora bien, de todos modos, y pensando en todo eso, y observando reiteradamente las fotografías de este francés, yo, que declarándome previsible en el vestir, me identifico con liberales opciones con mucha facilidad, niego que las costumbres de vestuario optadas por este personaje, puedan declararse como antinaturales, porque la cosa pasa por aquí: que siempre y cuando no tenga que usar yo esa particular variante en el vestir, como nuestro Charlot y tantos pero tantos otros optan darle uso, desde su natural concepción de la vida y su ductilidad, tengo gran aceptación, y en ellos lo analizo carente de desarmonía. Todo pasa por el precepto, no estético, sino mágico, que este Charlot comprende y domina, desde su percepción estética y folclórica de la realidad, y dominan otros.

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Laurent Chaplaine, el 20 de Agosto de 1997 abrió, como generalmente lo hacía, el ropero de oscuro barniz, parado sobre las mismas baldosas junto al mismo muro, tal y como su abuela lo había dispuesto hacía décadas, en ese mismo ambiente en donde su nieto se dedica a soñar. En este se guardaban documentos, y además en la cajonera objetos innúmeros de incontables órdenes, y habían llegado a guardarse juguetes en algún tiempo. A este ropero Laurent exploraba regularmente. En uno de los espacios cúbicos grandes, había una carpeta verde, fuertemente atada con cordones, vieja, y se dio cuenta él al instante de que nunca la había revisado. La quitó de allí y al punto arrancó el cordón. Había muchos comprobantes de pago, pero al abrirla lo visto antes que eso, fue la primera de algunas pocas hojas anilladas, con una anotación que le pareció evidente de su abuela. Se trataba de una lista de inquilinos para el local a nivel de la calle, amplísimo, de la enorme edificación de su propiedad, y usado para fines comerciales; y además adjuntábase un listado sobre lo referente a la vivienda que se ubica detrás del local, alquilada aparte siempre. Vivienda cuyo ingreso está a uno de los lados del salón de uso comercial, y justamente a otro de los lados y como primera puerta de la otra calle, el ingreso a casa de Isabel y sobrino.
Ambos alquileres de abajo, estaban anotados en la carpeta verde, y los datos iban desde 1949 cuando la madre de Isabel heredó todo el inmueble, o se le efectivizó, y hasta 1980, y pudo ver el porqué se anotó hasta ese momento; cumplía él por esos días 26 años de edad, y en ese momento fue él el que así como su abuela un día, recibe la titularidad de todo, sucesión de por medio, y por ende se hace cargo de administrar los dos domicilios de abajo.
Ubicado en una poltrona, dio la primera lectura de los documentos. Específicamente se trataba de una nómina: nombre y apellido, día-mes-año de ingreso, lugar de procedencia, edad actual al día de la firma, y constancia de pago como certificación del ingreso. Luego en la progresión de la nómina, dábase en determinado momento, el egreso definitivo con la fecha. Eso era todo.
Chaplaine leyó y releyó con mayor ansiedad a medida de ir pasando los minutos, y no entendía el porqué de sus nervios, en razón de estar apenas estudiando una constancia de inquilinos de dos inmuebles, tan simple como eso. Laurent, a pesar de no saber, de no conocer el motor de su angustia, aguzó mucho su perspicacia estando cierto de que iba a dar con la perfecta identificación de algo, de momento insustancial y antojadizo, pero la señal de eventos, y se alistó a desentrañarlos.
Una hora y media después Chaplaine establece que le interesan 6 de los nombres listados, y que tenía desinterés por los otros. Los últimos 80 minutos de la hora y media en que su investigación repentina e informal dio comienzo, ubicándose en una poltrona apoyada en la pared más larga de la pieza de recreo, los pasó apoyando la carpeta sobre la mesa y sentado a la misma en una silla común.
Vale en este momento incorporar un detalle que se impone por necesidad: marco que desde que él tomó en sus manos la administración de los alquileres a nivel de la calle, y cuyos únicos beneficiarios desde cierto momento eran su tía Isabel y él, Laurent los administra más que nada de memoria. Recordaba todos los nombres que entablaron relación de locador e inquilino con él, y antes cuando el locador fue Isabel desde la partida de su madre; Isabel nunca poseyó el bien raíz; recordaba fechas e incluso historias familiares de los moradores, frescas en su memoria si era ocasión de contar anécdotas pertinentes en algún momento. A todo esto añado que sí tenía él los comprobantes de pago estrictos, en el placard de su habitación. Pero nombres y fechas no.
Había en la nómina, intercalándose, los datos del local y los de la vivienda, y el ciclo marcaba 31 años en ambos casos. La mamá de Chaplaine, si es notoria su ausencia en el relato, añado que había muerto de tuberculosis a los 12 años de edad de su hijo. Atendamos al período inicial anotado con datos de la vivienda, se hizo constar hasta 1952; antes del año 49 nunca se afectaron al lucro los domicilios de abajo. En lo referente a la vivienda se marcó 6 años en el último período asentado, discontinuándose la anotación en el año 80, cuando Laurent se hace cargo, aunque duró más, el morador del cual se hablará, de ese tiempo, estuvo allí hasta después del año 80.
En lo atinente al local, el último período se marcó hasta el 80 también, y como el otro, también duró más, el inquilino en cuestión permanece algunos años más. Debe agregarse que la anotación cesante en 1980 la venía realizando en los últimos años Isabel, la tía de Laurent, obligándome esto a reconocer otro tipo de letra distinta a la que señalé cuando Chaplaine el día que descubre la carpeta no duda en establecer un tipo de letra sólo posible de dibujar por su abuela. El resumen marca varios nombres, fechas y procedencia. Desechó el considerar a los inquilinos del local de los primeros quince años.
Y doy término a este aburrido detallar agregando que Laurent Chaplaine conocía ya personalmente, o había tenido relación, con algunos del listado. También tuvo contacto o conocía a amigos de los inquilinos y clientes, porque él nació en esa casa de Montpellier. Nunca los creyó a ninguno en posesión de singularidad que lo intrigase, o matiz que desafiara su curiosidad. Créese, que fue la artesanía de la anotación extrañamente pulida de su abuela, Camille Levasseur, y de Isabel posiblemente también de la última parte, lo que le hizo nacer una suerte de ultracalígine sentido metaconciente, capaz de advertir un escondrijo en el manuscrito, y tal aspecto fue lo que al empezar a leerlo, puso sus antenas en función.
Y Laurent luego hace una nómina nueva personal, selección de su interés, la cual fue ésta: Carlo Antonio Bianco, Martín Lesage, Marion Gille, François Desjardins -estos por la vivienda-. Y además: Antoine Lemercier, Lille Latour -estos por el local comercial-.
Lille Latour fue la penúltima inquilina de esta lista. Ella había sido titular de una pequeña agencia turística en este lugar, y este párrafo fue el más cuidadosamente narrado por las dos mujeres, primero de otros muchos párrafos de preferencia que como expresé, es el piso testimonial para mi relato, el de dos mujeres francesas con regular visita al país, que son residentes de Montpellier desde siempre, y gozan de la amistad de Isabel. Testimoniaron las dos, que mientras la citada agencia duró, y fueron varios años, hace hoy muchísimo tiempo de eso, digo para ubicarnos ya que ni en el milenio podemos coincidir, Lille Latour tuvo a su cargo a dos mujeres, curiosamente. Fueron quienes atendían al público, y quienes compartían con ella o cultivaban como ella, el hobby de documentalistas de cine, e incluso lo cultivaron las tres juntas en un par de trabajos, pero de exigua calidad o exiguas pretensiones.
Laurent Chaplaine simplemente tejió una urdimbre, de a poco, despacio. Carlo Antonio Bianco, residente de su ciudad, morador de su propiedad, había nacido en la región italiana de Ancona. Antes de mudarse definitivamente a Francia, a sus 32 años de edad, tuvo fugaz amistad con un hombre llamado Polgar, el Charlot empezaba a recordar esto. Polgar, un yugoslavo casado con una tal Lettie Irving, mujer que era inseparable amiga de Abbie O'Flaherty, dos damas originarias de Londres, y agrupadas con muchos compatriotas suyos, durante años, en una campiña de la región de la Macedonia yugoslava, no lejos de la frontera con los albanos, guiados allí por la necesidad espiritual de más cálidos climas, y muelles desde donde catapultarse, bote mediante, en viajes muy ceñidos a las orillas siempre, hasta las orillas del litoral de Tesalia. Había concretamente un muelle en área de Dubrovnic, y desde este, algunos de la aludida inglesidad, partían una vez al año para disfrutar del mejor de los estilos para navegar, que es ceñido a las orillas. En cada estación vernal, viajaban rodeando los incontables e informes contornos griegos, a un par de millas, en provecho del aprendizaje que supone estudiar los accidentes geográficos y los atributos naturales del paisaje, telescopio mediante o binocular o a simple vista. Este tipo de viajes lo preferían al más fácil acceso por tierra en este caso, por la nada fútil razón del menor disfrute experimentado, si eligiese el viajero comunicar por tierra la Macedonia yugoslava y la Tesalia de Grecia. Cada año, una vez en la región helénica instalados, ejercían el comercio de productos regionales típicos de los Balcanes, la mayoría hechos por ellos mismos, el resto del año en Yugoslavia.
Estos rebeldes con causa, eran los dueños en comunidad, de 1300 acres de tierra, dicho según el uso inglés, en los que se criaban animales básicamente.
Ciro Polgar, este yugoslavo de ascendiente húngaro, era un habitante común, vecino del asiento o habitacional espacio elegido por los ingleses para emplazar sus casas. Y llegó él a tener y luego consolidar una relación con Lettie Irving. Se unen, y después de seis años de compartir la vida en un hogar, en un paraje anexo a las tierras y cerca de la frontera con Albania, abandonan esta región, y se trasladan en dirección opuesta al Mediterráneo, y en el norte cruzan a Italia. Pasan a asentarse por un tiempo en algún lugar de Ancona, remarcando que siempre integrando familia esta pareja con Abbie O'Flaherty, y es entonces cuando entablan amistad con Carlo Antonio Bianco.
Antes que el italiano pasase a Francia, los tres viajeros venidos de Yugoslavia, Polgar, Irving y O'Flaherty, se marchan a Francia, a radicarse más allá de Rouen y Amiens, en el norte, no lejos de Arrás, alguna aldea de aquella zona francófona pero de seguro con otros hablares, flamenco y otros. En esa misma gran área -más que lo citado- del Sena pero además del Marne, se ubica París. Este citar a la ciudad de París del modo expuesto, tendrá sentido a su tiempo. Una metrópoli que respira aires norteños y participa de un aire que se interpenetra con, o inunda a, un punto tripartito internacional con Luxemburgo, del que se nutre también. Los de la península balcánica se asentaron en Flandes, región que excede a Bélgica. Laurent empezó aquí a ver, en estos recuerdos que devienen de una historia contada a él por el inquilino Bianco, un mar de fondo; que había mar de fondo, y para esto nos instalamos en la meditación de Chaplaine.
Él pensaba en la rareza de esto indefinible aun pero en algún modo esclarecible sólo por él. Nadie de todas las personas ligadas a él -pensó en un primer momento-, lo podría ayudar a desentrañarlo, por lo cual estuvo un buen tiempo sin auxiliarse con consejos de otros. Él había tenido trato amplísimo con Lille Latour, la nombrada aquí titular de una agencia de turismo pequeña, y por extensión pudo conocer a las citadas anteriormente dos mujeres con empleo en dicha agencia. Laurent vio como un flash brillantísimo de fotografía al hacer la toma, que ambas mujeres con empleo en la agencia, eran inseparables también como lo descripto a él por Bianco acerca de las dos inglesas, lo recuerda perfectamente. Inseparables puede componer la imagen de unión fraternal o amor. Estas dos damas eran oriundas de la región de Poitou, un poco al norte de la zona donde se ubica la ciudad de Limoges, ciudad de origen de Lille Latour, de donde era nacida esta.
Chaplaine empezó a enredarse en un juego de analogías. Sintió ahí un gran impulso de abordar la misión de despejar la incógnita del juego. Misión orientada a descifrar y establecer la naturaleza del elemento catalizador o convocante. Laurent entrevió una red, Bianco era ya un nexo indisputable a esta altura, entre Lille Latour y Ciro Polgar.
Pudo llegar Chaplaine en un momento de su ya avanzado itinerario, y con ligera agitación en la respiración, y emoción, a remembrar que Lille Latour, después de desalquilar hizo arreglos para ayudar a las dos mujeres aludidas y de su amistad, aunque amigas a otro nivel de como las damas de Poitou lo eran entre ellas, ayudarlas para que fueran a vivir cerca de donde ahora ella iba con su pareja, y fortalecida en ese tiempo la relación, al norte de Francia. No sabía Laurent con exactitud a qué lugar, pero de seguro en el área normando-bretona. Todas estas alternativas, él las había charlado con Bianco, la recordaron juntos. Carlo Antonio ocupó la vivienda de atrás del local, hasta la época en que Chaplaine empieza a administrar. Fueron acontecimientos anteriores, de 1975 quizás, muchísimo antes que Laurent las reviviera en la parte final del año 97. Y Bianco lo había hablado al tema con Isabel, quien varias veces se lo había refrescado a sus oídos a Laurent. Todo el episodio de Lille Latour y las chicas de la región de Poitou.
Pudo esclarecérsele que detrás de los tres viajeros extendidos hasta la zona picarda, y allí asentados, Laurent vio el brillo de lo otro, ahora emparentable. Lille Latour, oriunda de Limoges, ya finalizada la actividad en su agencia, se trasladó al norte como decía, e hizo arreglos como señalé, para emplazar con un trabajo seguro mediante, a sus amigas en el norte, como se concretó realmente. Hablase aquí de Esther y Marie, amigas de Lille. En esos momentos de aguda reflexión, Laurent palpitó la análoga función, y comprende el incontrovertible rol, de guía y protector, en las personas de Ciro Polgar y Lille Latour. La primera importante elucubración establecía. ¿Pero de qué fenómeno? No sabía de qué, pero iba a desentrañarlo y buscó más allá.
Y siguió con los días, en las mañanas, y cada vez dilataba un poco los minutos, aumentando su interés en el rastro hallado de algo ahora con incipiente forma. Los seis nombres los había elegido desde una presciencia en retrospectiva, si cabe este bárbaro considerar, ya que del listado de Camille, su abuela, a Martín Lesage por ejemplo él nunca lo había visto, pero lo apreció en razón de indicios que recordaba de él, por haberlos oído en su casa aludir en voces de distintas personas tantas veces.
Laurent se organizó para pensar, y entiende que los guías debían en su conjunto incluir a Bianco obvio, pero con la distinción de que este operaba desde una posición más pasiva que los otros dos apuntados guías Polgar y Latour. Carlo Antonio Bianco se asienta en Francia después inmediatamente de Polgar, Irving y O'Flaherty; acerca de esto Chaplaine comprende que Bianco cerró una puerta. Lo tuvo claramente asegurado en su mente. Bianco borró las huellas -pensó-, apisonando luego la tierra. Laurent siente a esta teoría, segura, y comprende que su aventura daba así comienzo.

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El correr de los días lo volvió mucho más desenvuelto en el trance dilucidatorio. Lucía más perfecto Charlot que antes, en su habitación de recreo, amplísima, en donde la prolongación de su desayuno, singular al extremo, duraba más de una hora, madurando cavilaciones y manejando el tiempo, igual a como lo hace el trasplantado cuando inicia el ciclo vital restante y final. Chaplaine modificó su plan de vida personal. En ocasiones, en determinado momento daba por terminado el desayuno, y se corría dos asientos más hacia un lado, y retomando la libreta de anotaciones y puestos los lentes, lo atravesaba una emoción o el dominio pleno de la problemática, concienzudamente, problemática inclasificable hasta el momento, y en ello la justificación de estar sentado mucho tiempo, pero evidentemente le faltaba la tipología, y le iba a llevar un buen tiempo anotarla. Y lógicamente, después de un lapso importante Laurent se corría a otras cosas no posibles de ser consignadas aquí por ignorarse, para más tarde sí, incorporarse de nuevo a esta fijación, el eje de su nueva vida, y reanudaba la agregación de datos y pareceres, y a reflexionar en ellos.
En un día, en un momento como los así descriptos, Laurent se concentra en otro de los nombres listados, pero por vez vigesimoctava, para arrojar un número elocuente, y se afina y se afirma más en el fenómeno desconcertante aún, al recuperar la precisión de que Marion Gille comparte unos ocho años de vecindad con Lille Latour; aquella estuvo en la vivienda desde antes que Latour ocupase el local, y se marcha a vivir a otra parte un año antes de la partida de Lille al norte.
Se ha asentado antes que Lille Latour se traslada a vivir con su pareja al norte, y que con idéntica dirección salen en otro momento Esther y Marie, de su amistad, aprovechando el abrazo mutual de unos amigos de aquélla, semejantes en preceptos a las organizaciones de intercambio juvenil entre países, pero nacional interno francés en este caso.
Chaplaine exploró todo ese tiempo, otra vez pero de otra forma, interiormente, y halló nítido en sus recuerdos, de cuando él dejaba de ser un mozalbete tímido a más no poder, pero de modales tan excelentes que lo hicieron muy apreciable siempre, por tan diligente y cordial, confiable para el entero degradé de la población de sus calles.
Repentinamente Laurent se posa en la reflexión acerca de Marion Gille, ese día, y logra entender que ella ejercía la fuerza opuesta a la de Lille Latour; esta última ejercía la fuerza de la liberalidad, y aquélla ejercía la fuerza de repulsión al progreso.
A partir de esto Laurent se decide a revivir momentos de su relación con Gille, sin dilatarlo más, pues entiende que de todo lo atinente a ella iba a extraer lo necesario para componer el mosaico que estrictamente debía mencionarse con la palabra juego -pensó-. Establece con mucha facilidad la inexistente reciprocidad común a una formal vecindad según las generales de la ley. Ese omitido proceder entrambas, asomaba lleno de significado para él, en orden a que tomarse la fatiga de ignorarse, cordialmente pero ignorarse, durante años, requiere de un ingente esfuerzo si tomamos en cuenta la natural reciprocidad humana que se obtiene en paridad etaria, cuando en este caso además, en la trastienda de la agencia del local, había una puerta de doble hoja, con acceso pautado al patio, entre inquilinos y dueño, para las utilidades de tomarse un respiro los de adelante, o fumar en el patio si se quiere impedir ahumar el ambiente de trabajo. Tomarse la fatiga de ignorarse durante años, cruzándose en el patio cosa que ocurría, o coincidir en la acera al entrar o al salir, responde forzosamente a un imperativo superior, y ese imperativo debe necesariamente estar orientado por un muy desemejante patrón ideológico, al tenerse la obligación de permanecer en proximidad como en este caso, inarmónico ensamblar que no precisa del marco dialogal para averiguarlo, sino que se presiente al instante por un oscuro sentido corporal instantáneo.
Esto le proveyó a Laurent la muestra para merodear a fondo aquel tiempo, en lo relativo a Marion Gille, ligada ahora a Latour por rivalidad, según él empieza a creer, y seguirá pensando. Y además ella le aportaba intriga como ser humano, a partir de redescubrirla tantos años después. Él había tenido buen trato con Gille, haciendo la salvedad de que no era fácil tener destrato hacia este hombre, por la afable condición suya de mascota comunal, en ese tiempo cuando llega a ser un mozo más atento a lo obligado de hacer funcionar el carnet de adulto en estreno. Inteligentemente él concluye, que el mutuo buen trato de Gille y él mismo, declaraba aceptación por parte de ella, de un código de urbanidad que ciertamente se cuidó siempre de irrespetar, por atender en un mínimo indispensable de correspondencia hacia personas respetables con respetables gestos, y un poco de afinidad con los muy jóvenes, como en el caso de Laurent, un mozo con la mitad de la edad de ella.
Tal vez él haya hecho la distinción, un poco atenuando la clasificación por él asentada, acerca de Marion. Porque Chaplaine la inscribió entre las personas con oficio sobrado como para limitar socialmente a los de la esencia de él mismo, lo por mí desde la distancia llamado un Charlot de Vernissage. El caso es que Laurent pasa a comprender claramente, que Gille lo depreciaba, no digo des-preciaba eso no, digo de-preciaba, cordialmente pero lo asociaba con una raza humana inferior en los patrones de inteligencia. No quiso mezquinarle lo de cordial, pero no podía él de ahí en más, dudar que de haber ella tenido poder y oportunidad, introducía Marion por algún medio una moción de censura en el despacho del alcalde, para disciplinar a los tontos del tipo que en Montpellier él, Laurent Chaplaine, formaba parte en conjunto.

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Laurent tomó una decisión insólita o tal vez sea mejor decir exorbitante para sus costumbres, y la tomó por encontrarse trabado uno o dos pasos antes de acceder a la quintaesencia del caso, evidentemente le resultaba mínima la distancia, pero no podía arribar. En medio de ese invierno posterior al día en que abrió el documento por vez primera, y en alteración de una monocorde permanencia intramuros, durante años, atravesó el límite municipal, los muros imaginarios de Montpellier, en el automóvil de un primo y que este conducía, y llegó hasta el mar, para alojarse cuatro días en la ciudad de Séte. Y no le será difícil a nadie a esta altura del episodio Chaplaine, imaginárselo a este ahora tan querible personaje de Hérault en Occitania, si apunto que él hizo contemplación del mar Mediterráneo, a lo largo de cuatro días, no menos de diez y nueve horas en total. Se enfocaba en el continente negro, tratando de divisar lo imposible, en línea recta, inclinado en la brecha del horizonte abierta entre la Menorca balear y Cerdeña, África de misterios imposible de divisar desde allí.
Estando una mañana en esto mismo, en uno de esos cuatro días, poco antes del cenit de un día semicubierto de ligeras nubes, y como si de la nada surgiese, Laurent vio un globo Mongolfier, un aerostático con la barquilla ocupada por cuatro hombres, en dirección hacia la ciudad-puerto de Séte. Disfrutó Laurent notablemente del ingenio volante, de ese globo con aspecto de porcelana pintada con esmalte de colores vivos, tan lucido era. Estuvo él muchos minutos observándolo. Lo ve en un momento cómo el globo se desviaba, primero iba en dirección sudeste-noroeste, para girar luego levemente hacia el oriente, y perderse con otra dirección.
Unos momentos después de no verlo más, Laurent recuerda que François Desjardins, uno de los antiguos inquilinos, ya hacía años viviendo en otro lugar, le había confesado una vez, que antes de la casa ser ocupada por Marion Gille, allá por el año 1958, ya instalado él hacía seis años en la casa de abajo, el eje o el anclaje físico de nuestra historia, la propiedad que una vez perteneciera a Camille Levasseur, le dijo que él le había vendido un globo Mongolfier propiedad a medias con su hermano menor, a unos inmigrantes africanos. Dijo además que el globo había quedado prolijamente guardado en el troj o galpón de su hermano mayor, en un establecimiento pecuario de las afueras, en donde su hermano mayor vivía al cuidado de una chacra de pastura, con animales para la faena, y que al igual de los tres hermanos restantes no tenía techo propio.
François le contó esa vez que el aerostático estaba perfectamente conservado, y lo había usado él con el menor de los cuatro, François era el penúltimo, para el goce inenarrable de un trabajador comodín multifacético de los suburbios, al servicio del Ayuntamiento como había sido él, en un tiempo de reconstrucción nacional y sueños. Lo guardó tiempo después en el troj. Hace amistad él un buen día con dos parejas de sudaneses, llegados dos años antes a la zona de Montpellier, en busca de un asiento definitivo para ellos, que les resultase seguro. Los cuatro venían en ese tiempo, de sufrir persecución en Sudán, aunque nunca le explicaron a Desjardins de qué tipo. Padecían ellos un miedo de tipo residual podría decirse, y al enterarse por Desjardins del Mongolfier, en impecable estado, se consagraron a la idea de adquirirlo, sin estar del todo seguros de porqué lo deseaban.
Un día llegan a comprarle el artefacto a Desjardins finalmente, y luego también obtienen la licencia necesaria para darle uso.
El último mediodía pasado en Séte, Laurent lo empleó para revivir eso y de paso descansar en una reposera de mimbre, de la hostería, a la espera de la hora para subirse al autobús y emprender el regreso a su ciudad. Y rememora a François, deteniéndose en un encuentro fortuito que ellos dos tuvieron, en ocasión de la fiesta aniversario de una pequeña institución deportiva de la ciudad, en que se descubrieron sentados el uno junto al otro. El encuentro se produjo muchos años después de cederle la casa a Marion Gille, incluso muchos años después que esta se marchase. François le contó en esa cena, un pasaje llamativo del relato, que en todo aquel tiempo de cuando él le vende a los sudaneses el artefacto, volvía a tomar fuerza una consigna popular no patriótica quizá de los franceses, sino más bien panoccidental europea, extracto de la fama de los clubes secretos. La frase aludía a la más alta tradición del mundo de ellos en el país, y decía: "El Gran Oriente de Francia." Había -dijo Desjardins a Chaplaine-, un renacimiento de esa tradición por aquellos días. Y le explica que era una tradición panoccidental de los europeos, y se oía esa oración en diferentes lugares, en galas, de todo el país, se oía decir: "El Gran Oriente de Francia."
Proyectada esa oración al futuro se podía inferir en ella una promesa -Desjardins añadió-. Ambos matrimonios de sudaneses, está claro que no entendían nada de eso, de su significado. Sigue Desjardins con este párrafo de su historia, mientras cenaban, que ya efectuada la venta del ingenio volante a los cuatro, les dice a ellos: "¿Por qué no hacen el vuelo inaugural en dirección al gran oriente de Francia? Van y se quedan unos días allá.....?"
Una mañana temprano, desde algún solar del área norte de la ciudad, o lindera a ese norte, y con viento inmejorable, los cuatro africanos zarpan con el Mongolfier, y sobrevuelan las parcelas inaugurales de la campiña en dirección a oriente, levemente con rumbo inclinado hacia el norte. Y vuelan hacia la frontera con los alemanes.
Pudo más tarde conocerse, que además atravesaron esa frontera, al día o dos de zarpar en el departamento de Hérault en Occitania. También pudo conocerse, que volaron hasta poco más allá de Lindau, aterrizando muy cerca de los Alpes bávaros. Una vez allí los oriundos de Sudán, y de Occitania en ese momento, tomaron la rara decisión de ocultarse allí, para no volver a aparecer por el Languedoc.
¿Que resulta difícil de imaginar el hecho de la comparecencia de africanos en Alemania allá por el año 1959, fundamentalmente inconcebible por no contar con autorización aduanera? Difícil, pero diré desde una atalaya más amplia, que confían a uno los autores de leyendas, que sí es posible la presencia de muchos africanos en Baviera, o aceptar una aldea de mongoles en dicha región, en ese tiempo, y nunca la civilización predominante en las urbes o en los tejidos interurbanos tendrían noticia de ellos, porque no podrá estar al tanto el animal urbano promedio, de lo profundo de la realidad en coordenadas geográficas donde el alcance decisorio de la mundanidad desaparece, o pierde vigor, y es en tales coordenadas geográficas donde el dominio le pertenecerá a fuerzas no emparentables con el poder atribuible a la sociedad humana ordinaria, sino a una inteligencia subordinada a los suelos montañosos. Por esta razón no nos sería posible negar una colonia africana en proximidad a los Alpes, en ese año 59, aunque no tengamos a mano publicación de noticias semejantes, si la criatura terrestre o sistema cerrado de los enclaves montañosos lo hubiese decidido, se esconden africanos y mongoles sin documentación en Baviera, y nunca se los podría descubrir.
Hago abstracción de esto último, y me introduzco de nuevo en las cavilaciones de Laurent Chaplaine, quien antes de salir hacia Séte, ya había desestimado a Antoine Lemercier como una pieza del engranaje. Él en algún momento testimonia que habiendo repasado el episodio Desjardins, sentado en esa reposera del hotel de Séte, no tuvo dificultad para agregar a Desjardins a la nómina de los guías, como es de esperarse a continuación de haber conocido este último fragmento en que él aparece. Es harto evidente que aquel inquilino había hecho su aporte a la causa y asegurado el transporte de los sudaneses hacia el Este.
Laurent llegó luego de esto a entender, ya de regreso a Montpellier digo, que Desjardins en su rol de guía, incontrovertible ahora, ya sabía de antemano, que o fuese al oriente de Francia, o fuese a Baviera en Alemania, sus asistidos africanos no iban a retornar a la Occitania.
Pero faltaba entender por qué ese inquilino de nombre François había estado en su propiedad al igual que Bianco, quien se ligaba al no inquilino pero igualmente guía Ciro Polgar, y ligados a Lille Latour también inquilina pero del local, ahora Desjardins. ¿Por qué? ¿Y Marion Gille, quien nunca sería por él nomenclada como guía, por qué representaba ella un rol familiar en este laberinto, siendo una pieza del engranaje, pero en realidad se decía, porqué en mi casa todos?
Porque Marion Gille, yo me incorporo ahora, desde la distancia, ya era visible, y era indisputable el hecho de que necesariamente ocupaba un lugar, en razón de que ella pretendía tomar el beneficio de los consagrados a la misión de establecerse en áreas que los pusieran , o habrán puesto, a salvo de todo tipo de peligros. Y háblase aquí de Esther y Marie, y háblase de Lettie Irving, y Abbie O'Flaherty , y del propio Polgar, y hablase de cuatro africanos de Sudán, que en este caso parecen haber ocupado un asiento en un área oculta perteneciente a las estribaciones de los Alpes de Baviera.
Laurent Chaplaine supone, que Marion Gille necesitaba hacerse de una radicación en algún enclave con características especiales, como pudiera ser Normandía, o Flandes, pero después recordó, en medio de esta reflexión, para obtener de lo extractado por su memoria un detalle muy valioso, que Marion Gille fue después de desalquilar, a radicarse a París.
Laurent había empezado a entender el juego. Poco le faltaba para nombrarlo.
De regreso a Montpellier, este buen franco de Occitania, habiendo dejado el Mediterráneo atrás, y asentado en esos días el año posterior al de cuando aquel 20 de Agosto él descubrió el germen de un tiempo por venir, Laurent le confía su conocimiento a Isabel. Con 60 años ella en ese entonces, y el mejor de los momentos en la relación con su sobrino, esta dama sin hijos propios encontró una sensibilidad inmejorable hacia el caso. Entusiasta era ella de por sí a la intriga, a las fábulas, pero asimismo se demoró un buen rato en entenderlo -cada especie de fenómeno tiene su singularidad-,.....porque una saga de esta clase se oía una sola vez en la vida.
A medida que Isabel se afianzaba en los detalles, se arraigaba en la necesidad de internarse en esta novela, por esto ella se abre al diálogo nocturno antes más que infrecuente con Laurent, a quien solía visitar como partenaire coloquial muy temprano al alba, todos los días, cuando la conversación no puede darse en profundidad, como las noches sí lo permiten. Claro que también lo veía durante el resto del día.
La noche de su incorporación a la "Rareza de Chaplaine", si quisiéramos bautizar el caso, ella le aseguró a su sobrino a modo de respuesta a la indagación de él, que en verdad ella completó el añoso apunte porque era de obligatoriedad ante una eventual requisitoria municipal o policial, y no como pensaba Laurent que nunca se sintió en la obligación de hacer lo propio. Agregó que ella lo prosiguió a la muerte de Camille, su madre, muerta a los 65 años de edad, durante tres años. Isabel le dijo además a su sobrino nunca haber pensado que en la casa pudiese acaecer un movimiento que involucrase a un orden anómalo, o trascendental de cosas, pero ella concluye que una vez oído el relato impecable de él, hombre de los que se toman tiempo para hablar, no con su tía sino con otros en la calle, y que ahí a su tía hasta le contó lo imaginado cuando parado en la ribera de Séte fantaseaba con divisar el África, imaginando ver a través de la Argelia de ellos los franceses, y más allá el punto medio, Zaire, y más, y Uganda y el este y Nairobi y volver al norte y Addis Abeba......, y necesitó hacer un esfuerzo en esa relajación mental, y oler las interminables aguas, buscando una última clave que lo facultara a entender el misterio cuya sede coordinante fue su enorme casa de Montpellier, y le contó a Isabel que así estuvo el último día completo en Séte, junto al mar hasta que apareció el globo Mongolfier y empezó a completar el cuadro sinóptico dándole orden en su mente.
Isabel le confiesa que al escuchar todo, le resultaba perfectamente compatible con la realidad y posible. Aunque a esa altura todo eso era obvio y reconcentrado en su obviedad.

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Laurent Chaplaine necesitaba confirmar el desconocimiento absoluto de parte de Isabel, acerca del movimiento cesante en la casa que aquí se expresó como el anclaje físico o sede de una saga única en su tipo, cesante poco después del año 80 en que Bianco deja también de vivir allí y parte en dirección a Grenoble, montañoso escondrijo, y al acordarse de eso, del destino de Bianco, comprende Chaplaine al instante que el italiano allí cruzó una línea de desorientación, el cierre de puertas al que se lo comisionó desde algún lugar, ese cierre de borrar las huellas apisonando luego la tierra, fácil de entender ahora, en lo relativo a la dirección que llevaron todos los demás a partir de su casa. Su destino, creía recordar Chaplaine que definitivo, el de Bianco, trazó por encima de la trayectoria más vertical de los otros, una línea crucial, cerrando por última vez la puerta allí en Grenoble, y aislando todo.
Él ya estuvo cierto en ese Febrero, de que todo, además de los guías, era únicamente concerniente a Camille, en su ciudad al menos. Digo aquí la integralidad de los expuesto y componente de una misión, la cual ahora era también del dominio de este hombre in límine, renovado en una transformación total, a punto de alcanzar un grado eminente. Porque en los rápidos reflejos de ahora Laurent vio cómo desde 1949 hasta 1977 en que Camille muere a los 65 años de edad, se incorporan Lesage, Desjardins, Gille y Latour, los primeros tres a vivir y la última a montar su negocio, en el gran inmueble de abajo en su casa de Montpellier, teniendo un parejo nivel de competición dentro de un plan, y asume Laurent de la participación de su abuela en la misión, porque ella tenía los atributos esenciales, no sólo para formar parte sino para orquestar; le fue en ese momento claro al Charlot que su abuela dirigió una función internacional, y se podrá ver porqué.
Laurent exploró la estimable imagen de Camille su abuela, una del par de mujeres de tres hermanos, y la más subsumida por el afecto familiar en vida de los otros hermanos, antes que ella partidos, y el eje dentro de una parentela que por esta vía materna de Laurent tenía cinco descendencias más aparte de Isabel y Dominique -este fue el nombre de la madre de Laurent-, es decir cinco primos hermanos de ellas dos. En este contexto concitó siempre Camille la atención de los demás, y de modo excluyente, en referencia a lo simbolizado por ella para hermanos y sobrinos y las parejas de estos y la descendencia de los mismos hasta el día en que murió. Camille -vuelve a mirarla en el recuerdo Laurent-, en cuya solvencia se encaminaban los dramas y las angustias hacia una frondosísima sombra del camino en que los trashumantes se proveen de agua y descanso, y además la dicción del lugareño afincado en tal mojón -y la figuramos a ella- dicción expresando el modo de llegar a un x lugar, y hasta los augures del clima.
Camille Levasseur gozó siempre de la admiración de todos los seres a quienes ningún secreto se les oculta, en razón del numen tutelar reconocido en estos no demasiados surgidos de la cocina nacional de los arquetipos, equiparables al Puente de Avignon de aquella chanson veielle, o equiparables a un Guignol Lyonnais o a su animador, las íntimas reliquias de Francia.
El nieto de Camille entendió que todos los atributos de su abuela, eran más que suficientes para asegurarse de que ella poseyó el control de una responsabilidad prioritaria, y esto para Laurent la superpuso sobre los llamados guías que tardarían en ir apareciendo; naturalmente hablaríase aquí de un rol organizacional, y eso la superpondría. A todo esto Chaplaine ya entendía en ese momento, que no podía él desconocer la posibilidad de la existencia de otros centros de captación como lo fue su casa, pero en el resto del país. ¿Pero qué clase de captación? ¿De qué clase de personas? ¿Qué significaban, dentro del pedregal inconmensurable de las criaturas humanas, mujeres como Lettie Irving, Abbie O'Flaherty, Esther y Marie, o incluso cuál valor plus de la individualidad lo seleccionaba a Martín Lesage? Y se explicará en breve aquí porqué ahora Laurent lo pudo encasillar a Lesage dentro del grupo precedente, de los auxiliados o laudables dignos de selección. Comprendió que Martín Lesage se agrega al grupo de las damas de Poitou, más las originarias de Londres, más los cuatro del Sudán, de quienes desconozco sus nombres, así como desconozco los apellidos de Esther y Marie. Así que ahora se podía ver en el grupo a tres varones con Lesage, y seis mujeres, y se habla de un grupo no integrado, casi ni vistos entre sí, tratándose de un grupo para la pizarra de un redondel teórico.
Resulta oportuno ahora describir el caso Lesage con detalle. A sus 19 años en 1949, era él el último miembro de una familia deshecha por el fatídico deceso de sus padres, en un suceso inexplicado hasta hoy o hasta hace unos años, en que me lo apuntan las francesas en casa de mis amigos. Los padres de Martín sufrieron un ataque de madrugada por las calles de Montpellier, cuando volvían a su casa de regreso de un hospital; ataque inhabitual en ese tiempo, y sobre todo tratándose del matrimonio Lesage, el cual, sabido era por todos de su pobreza, y nadie los odiaba. Tampoco vivían en ese tiempo los dos hermanos mayores de Martín, muertos en la guerra.
Chaplaine logró abrir un boquete a través del cual internamente vio a Camille, sentada a una mesa familiar donde también se ubicaba él. La veía repasando el capítulo Lesage, que otro día podía ser el capítulo Michel, o podía actuar otro día en la mesa familiar el capítulo Cécile, y otro día Charles Gautier, tres personas casadas con tres de los primos o primas de Dominique e Isabel. Podía Camille actuar y desarrollar origen, vida y obra de aquéllos. Así, y con el notable entusiasmo de sus evocaciones, contó ella in extenso, que ella misma acogió a Martín Lesage en la casa, quien durante los tres años que usó la vivienda de abajo, y él precede a Desjardins, omitió cobrarle un solo franco siquiera, pero además ella le aportó dinero a él, incluso hasta para viajar a otra ciudad a disfrutar del juego de jai alai, atracción incomparable para Martín, o lo invitaba más de una vez cada semana a cenar con ellos arriba. Recordó Chaplaine el esmero que profesó Camille hacia el muchacho en toda tipo de cuidados. Y fue su abuela finalmente quien lo manda a París con una carta de recomendación para lograr que lo tomasen en un restaurant importante, y lo hace conseguir el empleo. En pocos años Lesage se convierte en un sommelier de renombre.

Fueron nueve los individuos que funcionaron como fundamento -o fueron mucho más de nueve-, de una traslación que se valiese del apoyo de los pioneros nueve, y a darse en el futuro. Una traslación de miles quizás. Figuradamente, pensó Laurent, que tal vez irían a agruparse en torno a un fuego. Una fogata indeterminable aun para él, al menos por poco tiempo.

Nos ubicamos en Marzo del año segundo desde Laurent Chaplaine, como hubo un desde Newton, un desde Einstein. No conozco de la vasta consecución de avances en la física, (quamtum, fractales), ni sé cómo se calculan los eclipses venideros, pero en conclusión, todos los días posteriores a las demostraciones teóricas que los genios hicieron, el desplazamiento de la especie alcanzó una proyección distinta, que se observa más adelante en el tiempo, y aquellos días posteriores fueron los que la reseña histórica marca de cuando las ideas se empezaron a mover en otro sentido, inapreciable en esos días o meses, porque obtiene la claridad al explicar la reseña científica un día, de la trayectoria que se generó en esos campos, en una dirección que obliga y permite la ventana abierta por el descubridor.
Laurent Chaplaine aún no desarrollaba su teoría pero arriesgo a decir que en los dos o tres meses anteriores a este Marzo aquí apuntado, ya estábamos en la Era Chaplaine, en referencia a que el sólo haber ingresado a los oscuros pasajes, a los traspatios, de un país de fábulas dentro de Francia, coexistente con el mundo común, y advertido en ese teatro en noche cerrada, una singularidad imposible de capturar con el desobturador de la máquina fotográfica del ordinario detective, sino que se consigue con la máquina del sabio detective, enfocado en el momento justo en el lugar exacto, quien de la nada reconstruye la historia secreta. Ser el testigo de una singularidad, con esa inteligencia ahora entendemos que celestial de Laurent Chaplaine, el haber ingresado a través de una grieta y divisar un traspatio de la realidad de los otros seres, del país de Francia, la misión, los guías mediadores del pasaje a un bienestar oculto, aquel 20 de Agosto de 1997, ese fue el día 0 desde Laurent Chaplaine.

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Ahora de nuevo en el salón de usos múltiples de su casa, en las mañanas, casi todos los primeros días de Marzo, Laurent caminó de un lado a otro con los brazos cruzados en la cintura, buscando definir el objeto del plan que como tal desentrañó bastante antes. Existió un plan. Para hacer en orden su análisis, él se dio un tiempo considerable en pensar en Latour, dado que la figura de ella emitía el hechizo de una Mary Poppins a cargo de chicos mayores en este caso. La memoraba con aquél tapado marrón claro, zapatos altos, cinturón de hebillas enormes, en pantalón de satén, y camisas verdes o azules, y el volumen de su pelo, y la blanda voz, le hicieron esos rasgos entender que la figura de Latour bastaba para aproximarse a la explicación. Recordó en el medio de esta reflexión que ella no vivía, o viviría, tan al norte, en la zona de Polgar, sino que se afincó, definitivamente también, pero en Fougeres, cerca del límite bretón-normando. De todos modos una región, una misma podría decirse, con la zona de frontera asiento de Ciro Polgar. Y agrego yo -recordé durante esta composición a esa villa, pero no había advertido la poética de la casualidad-, de que más al norte de Arrás está la villa que le hace honor a la mujer nacida en Limoges, la villa de Lille.

Como cronista de todo aquello, me aparto un poco de lo atinente a Chaplaine, para poner en consideración el hecho de que dos damas, otro par de amigas, francesas, fueron quienes conocí y me posibilitaron este relato, Pauline y Therese, porque amigo era yo y soy aunque apartado ahora, de unos galos, toda una familia, parientes de Therese. Invitado fui a las reuniones típicas de anochecer sabatino, durante todo un mes, y fue gracias a la suma de las cuales noches que yo tomé en préstamo la enorme relación de sucesos, los cuales ellas tomaron en préstamo a su vez en el año 2000 de Isabel Levasseur, quien trabajaba con ambas en un rubro que ya referí. Tal vez carezca de importancia, pero en una relación del tipo que presento, me veo obligado a admitir la interesante agregación de una tercera comunión de damas, íntimas amigas, de cuyo aporte inestimable en un living-room y comedor de araña de alabastros, y objetos magníficos, la familia dueña de casa, otro invitado más y yo, nos enriquecimos de los fundamentos de esta historia, contada de manera puntual y carente absolutamente de ambientación, porque hicieron reseña de los elementos específicos de un caso emparentable para Pauline y Therese a un enigma espinoso bueno para Pérez Reverte o sino ideal para un expediente del Ministerio de Interior francés. Esa enumeración de elementos puntuales, y las incontables opiniones de ellas y nosotros sobre los mismos, de horas, no facilitaron asimismo para mí, el tan difícil rescate de detalles de una ambientación que puso a prueba mis conocimientos sobre el país de Francia.

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En elección de la forma para concretar el episodio finisecular Chaplaine, decido expresarme yo desde la distancia fría de un compilador de casos extraños, para luego darle el paso al personaje excluyente, a que nos dé la comprensión y el cierre, o haré el cierre basado rigurosamente en sus observaciones, que conozco en detalle.
Tengo para decir antes que nada, el porqué está vigente, y por ello nunca reiterativo, el rol de animador dentro del mundo, de Europa, en todo lo que sea concentrar la atención de la totalidad, y dotar a la aldea global de expresiones, como por ejemplo lo han venido haciendo el pop y el rock y otras ramas desde las islas británicas, en base a que las producciones musicales de estos países, alcanza niveles más altos de repercusión en lo atinente a política o mensajes de un apego a la filosofía, orientador en lo que hace a la necesidad de estar dentro y comprometerse, sumado todo al alto nivel artístico de todas esas tribus musicales, pero esto apenas tiene valor introductorio, y a la problemática ingreso ahora.
No resulta difícil explicar esto, en la división de los mundos: todos los orientes sumados -son muchos-, y además todos los occidentes que el propio mundo europeo hace nacer, siendo a la vez este continente lo anterior y lo posterior, y siendo lo actual también, todo a un tiempo, y esto completa un equilibrio global tremendo si le sumamos a un continente que es testigo, inequiparable a todo el oriente, inequiparable al occidente todo, y también él mismo -del África hablo aquí-, un centro necesitado de la contención y la integración que el equilibrador de los mundos, perpetuo equilibrador de los mundos, de dé, le permita, lo que Europa le dé y le permita. África todavía busca su razón de ser en la completación a la que está destinado, su razón de ser en el concierto de interrelación de estos años.
Europa, retomando el cauce principal, posee la matrícula del equilibrador de los mundos, y aunque parezca un delirio, aunque muchos allí viviendo ya lo entienden, debe este continente ser en lo posible imaginado como un solo país o reino -pagano, cristiano, o mixto, se verá-, si nos atenemos a que posee la unidad en la complejidad, por más que los separatistas corrompan esta idea. Nunca ha perdido Europa, su cohesión en la tremenda complejidad, y obvia heterogeneidad. Y tiene cohesión aun en el marco de una variación idiomática cada 300 kilómetros, o 400 kilómetros, aun dentro de un mismo país (picardo-provenzal), o el caso de Suiza con tres lenguas base, o el caso de Italia, de variación idiomática profusa. Pero asimismo Europa mantiene una consciente unidad en la complejidad, muchísimo más potente que la fragmentación que persiguen los auguradores de separación, podría uno desde la distancia asegurar, que desde el hemisferio sur americano resulta inconcebible argumentación. Auguradores necios, de la separación, empero conocedores mejor que los diplomáticos de las ilimitadas posibilidades de concretar -que no se habla de la CEE -.....la fusión, fusión espiritual ya existente en su sustrato, idéntico, cultural sustrato que ha dado forma unívoca, nunca dividida, a un ser unificado, si advertimos el mismo y único patrón generatrix: tronco lingüístico predominante, o los megalitos antiquísimos (cromlechs, dolmenes) que testimonian unidad religiosa prehistórica europea, aunque el concepto de prehistoria va a ser revisado aquí más adelante; y además idénticos ardores mediterráneos de bardos y filósofos, en Homero, un mediterráneo de Grecia, Pitágoras, un mediterráneo griego de Italia, Virgilio, mediterráneo espíritu de Italia también. Además testimonian esta unidad, titanes siempre emparentables, como el rey Meroveo, o el cid campeador Rodrigo Díaz de Vivar, o el rey Arturo, o el testimonio de erudición en exploraciones artísticas y espirituales semejantes, observado en Nicolás Poussín, Boticelli o René de Anjou -mucho más que un pintor-, y además la plurilingüística familia de personajes tales como Lorenzo el Magnífico -mucho más que carisma-, o el astrónomo e inventor Edmund Halley, y Galilei, Bruno, exponentes de un liberalismo soñador y de las ciencias, o más acá el astromecánico danés Jens Olsen y al detenerme sé que con este envión muchos enseguida podrán agregar veinte nombres pertinentes más. En definitiva, véase aquí que estoy nombrando a personas de diferentes países e idiomas, en unidad espiritual. ¿Quién podría en este marco de innegable cohesión, rechazar la idea de unidad espiritual de Europa como una mega nación pluriétnica y plurilingüística, pero una sola? ¿Quién podría negar a Europa proveniente o dimanada de un mismo ambiente generatriz? Un demente, o un destructor de mundos, o algunos de ellos.
Europa puede ser imaginado como un reino -complejo y multifacético-, dada su manifiesta unidad espiritual y de intereses constructivos, y el equilibrador además, de cuatro mundos: Oriente (todos), África, Europa misma que participa de todos, y el occidente americano, u occidente latu sensu que es América.
Hago inclusión de este párrafo, como antecedente documental de la idea que necesito forjar antes de darle el paso a Laurent Chaplaine, el descubridor.
Francia, en donde nos alojamos desde el comienzo de este relato, atesora a la sociedad que amalgama los más elevados ambientes de las corrientes subterráneas, y el más espléndido suelo, para la gran obra, cuya manifestación inequívoca fue la proeza del císter : Las catedrales góticas supremas de Francia. Doy algunas precisiones en auxilio a la idea a completar: En Clairvaux, Bernardo construye la famosa abadía, de la orden que se había fundado en 1098, en Citeaux. A la ciudad de la abadía léasela Claraval, y al monje el de Claraval; y a la vieja aldea de la orden léasela Císter. A esta orden del Císter ingresó Bernardo de Claraval en 1112. Llegaron a alzarse 300 abadías de esta orden, y posiblemente fueron 70 las obras dirigidas por el abad de Claraval en persona. Y bien, a la gran orden del Císter se le asigna el honor de su autoría de las Catedrales Góticas de Francia, que fueron y son diez. De estas diez, la obra capital es la de Chartres, cuya plaza ya era un lugar de peregrinación pagano hace 2200 años por lo menos; peregrinantes que iban hasta allí en provecho de las fuerzas telúricas del lugar. La gran orden del Císter, los cistercienses del abad de Claraval, tiene autoría sobre la totalidad, autoría de las diez góticas. Interesante es que en vida del monje de Claraval, se buscó entre ellos la fusión del Císter con la iglesia celta de Escocia, y tal vez la congregación abacial haya logrado el ensamble.
Pero debo completar la idea trabajada acerca de Europa y su ambiente interior más puro, y a la par más impuro, como es Francia. Creo que nadie estacionado o anclado, intelectualmente, una y otra vez en Europa, en sus paisajes, suburbios, y reductos de convención y cuevas de exposición, tratando de hallar respuestas de necesidad vital, que explore en las raíces, se reitera demasiado, en la constante reinserción en Europa para tratar de encontrar ideas cardinales; nadie se reitera demasiado, porque tiene pertinencia acudir. De ahí que tantos autores, de materias de toda índole, se ahonden incesantemente en el abordaje de problemáticas plantadas en el continente europeo, que yo audazmente localízole su sede principal en el país de los galos. El país de Francia asumiéndose rector del área desde Islandia hasta Portugal, desde Creta hasta Rusia, y de nuevo hasta el Canal de la Mancha.

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Demudado por la crisis interna de estar atravesando su metamorfosis aún, el Cheval a Corde -así se le llamó de niño-, Laurent, consigue al fin tangir en su alma el rumor de que había retornado a su esencia, a su arquetipo. Fue un Jueves que Chaplaine va a pasar todo el día en casa de una prima de Isabel y Dominique, y se queda unas doce horas, las cuales aprovechó muy bien para de la mano o la memoria de su tía hacer un viaje de asociaciones libres y remembranzas francesas en auxilio de su tránsito hacia el Alcázar de más allá del laberinto, y la verdad. Y estuvo mucho tiempo en la cocina, una grande como la que pudiera tener el servicio de Fontainebleau, y era un día radiante de sol y el ventanal de esa cocina dejando entrar unas coníferas y otras especies a través suyo, y allí Laurent se dispuso a encastrar tres o cuatro piezas en un engranaje. En el medio de uno de los tantos andares de conversación él establece que conocía muy bien todo el sur marítimo de su país, en una de cuyas porciones vive, y reconoce a la dama dueña de casa, que del mismo modo ha viajado por el noroeste del país, y nada por el resto del mismo. Y es un instante después de estos párrafos que Laurent se sorprende riéndose, al atesorar de pronto unas imágenes de sus estancias en el noroeste, y el nombre de una localidad puntual recordada en esos momentos, o un par de ellas, del área bretón-normanda, y había pasado Laurent en dicha región por Fougieres, surgente en su memoria en esos instantes en la cocina de su tía, villa en la cual envejecería -pensó- por estos tiempos Lille Latour. Y se detuvo un poco en ella, otra vez, tratando de ubicarla con el valor aumentado de Lille en lo simbólico, ya en lo postrero del documento por suscribir y el grado de certitud obtenido luego de tanta incorporación de sucesos dentro de la saga en esos meses. Lille Latour, aquella papisa de los antiquísimos druidas, la dueña de Francia.
Surcado el idilio repentino, Chaplaine se adelanta y vuelve a dominar la idea general, repasando en su memoria el área normando-bretona, y la Picardía, y arriba el borde con los Países Bajos. Piensa que de todos los mundos de Francia, el que saludan las islas anglo-normandas, y por qué no decirlo, blinda París, a un paso pero lejos, este mundo francés es el que lo inquieta. El Charlot no consigue expresar lo que siente, algo reuniéndose con valor preeminente en el fondo de esas imágenes que le aparecen, de sus andares por allí..... No lo descifra, y prueba con hacer una combinación simple, y relaciona las tierras de Rouen y Amiens y Calais, todo eso, con una teoría suya muy débil en su enunciado para él en su momento, pero que recobró vida y vigor ahí de pronto, y reconstruye en su mente en el acto, sobre un objeto depositado en la Oficina Internacional de Pesos y Medidas, en Sèvres, en Altos del Sena, un área suburbana al Sudoeste de París. Se trata del metro original según la Convención Métrica del año 1889 en París, guardado a temperatura adecuada para impedir una variación centesimal, por alguna eventual drástica alteración del termómetro y el clima. Se trata de una vara de platino e iridio, el metro original, no el utilizado como patrón legal depositado a pocos kilómetros de Sèvres. Y esta vara, de observársela bien, resulta ser una viga, propiamente dicha. Esta viga, que según la forma adoptada por sus largueros, unos cuatro largueros que forman la viga, le dan a sus extremidades, dos formas de letras H; a uno y otro extremo de la vara, esta viga, se forman dos letras H, que algunos eruditos catalogaron como semejante a un aspa o letra X, debido a la irregular forma de estas dos letras -idénticas entre sí, en ambos extremos-, que así lo hicieron interpretarlo. Este metro original, según la Convención de 1889, es la resultante de una medición geodésica, del cuadrante del meridiano terrestre, meridiano que es una circunferencia terrestre trazada entre el Polo Norte y el Polo Norte. Esa longitud esferoidal, tiene una medida de 40.009 km, con 152 mts. Para graficar mejor, el cuadrante de este meridiano terrestre podría imaginarse de otra forma, como una circunferencia chica, trazada en alguna parte entre el Polo Norte y el Ecuador, horizontalmente, es decir, estamos hablando de una longitud de unos 10.000 km. A esta longitud, se la redujo diez millones de veces, para designar el metro, de 100 cm de largo, pero inferior en 0,2 mm a la diezmillonésima parte del cuadrante; los 100 cm son ese resultado. Desconozco el porqué de la reducción de 0,2 mm del cálculo referido.
Chaplaine, recuperando en eso una locura desbordante pero propia de los elegidos, cree en esos instantes más que nunca, que el fluido de una emanación, la vara de Sèvres distribuye, extraído aquel fluido antes, un poquito de él pero constantemente, de su relación con la cuarta parte de la longitud esferoidal citada, en acción magnética, y este funcionamiento es la razón ocultísima por la que se lo guardaría, en Sèvres, o la razón de ser. La vara cumpliría una función de acción magnética. Él llega a creer, no débilmente como en años anteriores que lo dudaba, sino más bien intensamente ahora creyó, que la vara de la Oficina Internacional en Hauts de Seine, aunque resultara inconfesable, tiene la función de recibir la corriente magnética que le asegura su proporcionalidad con el cuadrante del meridiano terrestre, un extracto magnético de fluido esferoidal, atesorado en pequeño por afinidad. Que la vara de Sèvres en Altos del Sena, al sudoeste de París, cumple una función conocida por un puñado de personas apenas. Que se trataría de una acción de recepción y luego emanación. Que recibe una corriente magnética y al no poder acopiarla, la redistribuye por emanación hacia otros lugares, a los que inunda benéficamente con tal fluido. Y que ese tal fluido puro, de gran poder, la vara de Sèvres distribuye cual rocío, dando inestimable bien, al noroeste del país fundamentalmente, y a la zona de París.
A partir de haberse plantado en ese terreno desconcertante, él trata de dejar comprendido este prodigio del metro original, dentro de una x acción existente en todo el noroeste francés, y piensa que el efecto de la vara, debe sumarse a las fuerzas telúricas propias de la región referida, o de una parte de ella, Chartres, para obtenerse de esa combinación una fuerza nueva, una tercera fuerza, impresionando la superficie completa desde la desembocadura del Loira en Nántes, hasta Lille, y haciendo triángulo con París. Y cree sobre esta fuerza nueva, en la idea de que dicha fuerza produce un aislamiento, o zona de escisión, en beneficio de la población del área residente fija regional, y Chaplaine no era tan tonto como para creer que una vara de platino e iridio de 100 cm de largo puede controlar un punto terrestre y con él acaso el entero global; su idea se asentaba en la creencia de que aquel prodigio operante de la vara en Hauts de Seine, inestimable pequeña acción según la Física no publicada, a esa acción, había que añadirle, o se le añadirían o añaden, una corriente telúrica ya muy estimable para los maestros del menhir, el dolmen y el cromlech de hace 2200 o 2500 años, convergiendo a altura humana. Y aquí llega la explicación de Laurent Chaplaine, quién afirmó no sólo a Isabel sino a otros, que la vara de Sèvres en su pequeña acción pero fundamental, rescataba una especie de corriente eléctrica espacial circundante del planeta, una corriente circundante de gran poder, atrayendo flujos de la misma, poco pero constantemente, y la volcaba a la tierra en esa zona, para que la otra corriente, subterránea en este caso, se nutriera de ella y en esa fusión magnética, esferoidal espacial y subterránea, actuando juntas, convergerían a altura de la superficie donde vive la población. Allí él añade un último acontecimiento bastante abstruso también en principio, y se trata de la idea de que el inmediato canal de La Mancha, hoy contenedor de un túnel internacional, vertía sobre la zona del noroeste francés, otro factor, emanado de una terraza de fuerzas que son las islas británicas, terraza de fuerzas en suministro del mismo campo unificado de fuerzas de Bretaña, Normandía y Flandes.

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Y en la emoción y el calor de saberse más allá del laberinto, nuestro Charlot de Vernissage obtuvo su anhelada síntesis. Todo, todo lo existente y recorrido desde niños, cada fotograma y pequeñez intersticial de lo edificado por los seres humanos, lo edificado y lo experimentado, materia mundo, todo deviene del Pasado Anterior. Sí, ahí en ello, detrás del telón de fondo de los albores de la escritura, del comienzo de la Historia, yacía la solución del misterio. Allá por el año 5000 antes de la actual Era, se engendró el orden que impera en la sociedad global en donde estamos inmersos. La escritura, jeroglífica o cuneiforme, de los tiempos que asociamos con la Historia incipiente, dio cuenta del comienzo de la misma. Pero el nunca evaluado por muchísimos eruditos, trasfondo de aquellas tabletas, o rocas y cilindros del arte de la inscripción que maravilló a los arqueólogos, sería el hecho de que no hubo prehistoria antes del año 5000 anterior a la actual Era, sino que la prehistoria existió mucho antes que eso. Entiéndase aquí a la idea de prehistoria como ausencia de la polis, la urbe política y el desarrollo de las ideas y el generarse instituciones representativas de la cultura y la sociedad. Pues bien, Laurent descarta de plano esto, no sólo por el aceptado hecho de que la ciudad empieza a delinearse, a inventarse en épocas del neolítico, sino que él arriesga a decir, que un mundo, propio de los tiempos históricos pioneros, aunque notablemente diferente, ya existía por ejemplo en los años 6000 antes de la actual Era.
Laurent Chaplaine en esto se hizo eco y voz representante de algunos testimonios teóricos menos comprendidos que otros de muchísima más aceptación. Él entiende, que en lugar de prehistoria, deberíamos estar hablando de Pasado Anterior, cuando un ambiente generador del fermento de la civilización posterior, esta, fue una Edad de habla desarrollada o florida, y el manejo experto del oro y la plata. No asume el filoso rastreador de patrones antropológicos, que antes de que el cobre antecediera al bronce, o que a la par del cobre o el bronce pioneras materias de las artes metalíferas, que antecedieron al hierro, antes de todo eso, ya fue la plenitud del oro y la plata, dato que de atestiguarse en el profundo estudio del pasado remoto, serviría para confiar en la idea esta o empezar a hacerlo. En el Pasado Anterior fue el oro y la plata, y fueron los vasos comunicantes abiertos recibiendo el aporte vigoroso de los grandes episodios de una Edad hoy inabordable, desde la cual se hizo un pasamanos, neolítico mediante, de las bases que engendraron la Sumer y el Egipto y los elementos internos de esas culturas cabentes en la Historia, y conocidas por todos. Se le conoce a ese tiempo como la Revolución del Neolítico, quizás desde aquel año 5000 hasta el 8000 antes de la actual Era, o un poco más atrás también. El aquí llamado ambiente generatriz de la incipiente Historia de los cilindros y las tabletas y el arte todo de la inscripción egipcio, y del presente también lógicamente. Chaplaine acuerda con algunos eruditos menos entendidos por el público, acuerda a solas digo, que la prehistoria como precedente de Súmer por ejemplo, debe ser concebida mentalmente como el Pasado Anterior, al menos hasta mucho más atrás en tiempos del último tránsito del Paleolítico, en que nadie debe tener inconveniente en apreciar allí la prehistoria. Porque nadie a ciencia cierta está en condiciones de asegurar que aquellos hombres Cromagnon, semejantes a nosotros en su aspecto físico y rasgos faciales, fueran un tránsito hacia algo de mayor evolución como los egipcios, sino tan avanzados como los ulteriores grandes constructores del valle del Nilo, o como los que entre el Tigris y el Eufrates labraron leyes o forjaron métodos educativos admirables para sus educandos; la revolución del neolítico, en cuyas internas sociedades, el oro y la plata fueron trabajados admirablemente, dentro de aquel interregno hubo o debió necesariamente haber habido el ambiente de los ancestros guías, aunque no lo podamos discernir bien, pero superior a los hombres insignes de Asiria, o Caldea.
Para reforzar esto, en uso de un muy enseñable dato, a los fines de consagrar esta idea, evoco a la Necrópolis de Varna, ciudad esta y puerto de Bulgaria en el Mar Negro. Allí aparecen, descubiertas en 1972, 234 tumbas. En la número 43, yace revistiendo una osamenta, un verdadero "Tesoro del Jardín de las Hespérides", en jaez dicha osamenta lucía 990 objetos de Oro, de un total de 1500 gramos. Tenían las piezas una muy bella factura orfebreril.
Efectúo una pausa, para destacar que la revolución neolítica de incumbencia aquí, es la del Oriente Medio, que se expresa claramente entre los años 5000 y 8000 antes de la actual Era, necesaria distinción porque existe trasladada, una revolución Neo europea, mucho más acá en el tiempo, en la cual se alzaron algunas de las celebridades de este relato, como son los Megalitos en todas sus formas. Esos tiempos, para el Oriente Medio, ya son del dominio de la Historia, pero para el continente europeo aún se encuadra el tiempo de los Megalitos en la prehistoria, uso estricto. Esto es interesante en idéntico sentido para lo que continuaré detallando.
El hombre de la Necrópolis de Varna, en Bulgaria, un poco adentro de la disquisición anterior, reciente, fue sepultado en el jaez descripto, en un segmento -no fácil esta precisión- más o menos de cuando el Egipto hace la unión interna de dos reinos. Pero en el caso de Varna, aparece con nitidez inigualable como ejemplo a disponer, lo que se conoce como un objeto fuera de su tiempo, en este caso hablamos de 990 para ser más precisos. Cronológicamente representa lo allí descubierto una orfebrería adelantadísima en el tiempo, esperable para mucho después, o concebible para mucho después. A tono con esto, para madurar la idea considérese aquí otro ejemplo muy válido, como son unos colgantes de Zagrós, en Irak, tierra emparentable al foco revolución Neo, datados dichos colgantes como del año 9500 antes de la actual Era, aproximadamente. Se trata de unos colgantes de cobre, cuando este material -cobre- pertenece según toda la arqueología formal a mucho más acá en el tiempo, dado que en el año 9500 anterior a la actual Era, se sitúa como generalidad únicamente a la piedra pulimentada. Se hablaría, por todo lo expuesto aquí, digo el interregno Revolución del Neolítico, de un segmento transicional, que con propiedad puede también ser llamado Protohistoria. Asidos del concepto protohistoria, nos vamos pudiendo acercar más fácilmente, a la idea que buscamos. A nivel de los "filosos rastreadores de patrones arqueológicos", definición jocosa, se habla de protohistoria claro, pero nunca llega a hablarse como lo impulsaba o emplazó, en el orden de una comprensión inhabitual, o poco intentada, Laurent Chaplaine, hablándonos de Pasado Anterior y haciendo supresión lisa y llanamente de la noción de prehistoria incluso hasta el año 9000, refería él, antes de la actual Era. Este concepto del francés de nuestro relato, es misterioso evidentemente, y en el reflejo general, emparentable a lo fantástico, aunque insisto en decir que el personaje de Occitania, Chaplaine, no lo reseña él como el primero o primer caso de un apunte así, a esta idea, porque hubo otros que la ensayaron antes ciertamente.
En la Necrópolis de Varna, en Bulgaria, hay un indicio, el referido, para nada despreciable, acerca de un ambiente, que en este caso debe estirarse hasta mil años atrás en el tiempo, porque si el hombre de Varna, sin exactitud aquí, murió en el año 4000 antes de la actual Era, el arte orfebreril yacente con él, pertenece a tiempos de mil y mucho más de mil años antes que él, de acuerdo a este marco teórico. Tiempos que han sido de constante clasificación dentro de la prehistoria. Uno se apoya, uno y Chaplaine y los que quieran aceptar el planteo, mucho en que el lenguaje humano Cromagnon del segmento 8000-5000 antes de la actual Era, fue, no seguramente en la completud del tablero pero fue, florido, y apropiado al uso de un juglar; aceptado esto podemos consentir la idea de una literatura juglar -oral- para ese tiempo, "prehistórico", y la suma de literatura juglar, más orfebres maestros, y sumado por último a lo que en idioma Sánscrito asientan Los Vedas, libros hindúes, en línea con esto: Allí consta que unos 5000 años antes de la actual Era, o un poco más atrás, la deidad llamada Indra recibe las enseñanzas medicinales de maestros superiores a ella que la ilustraron, un importante corpus de la ciencia medicinal, y dice en Los Vedas que Indra se lo imparte de algún modo a Dhavantari, como ella una deidad también. No parecen estos tiempos propios para una designación como la de prehistoria, para hablar de tiempos en que aún no existían rumores de Babilonia. El tema sería que hacia atrás, por ejemplo año 7000 antes de la actual Era, las razones de Chaplaine se adaptan al mejor de los sentidos interpretativos para incorporar la noción de Pasado Anterior, y esta denominación hallaría así su justificación.

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Los constructores, originarios del Pasado Anterior, habrían venido en cuidado de un dispositivo, iniciado por ellos, para conducir hacia la zona de ensamble, en donde vivirían, o viven, los tutores, ellos mismos, en tierra inglesa insular, básicamente, y hasta la Caledonia según el nombre de cuando moraron ellos con intermitencias allí en lo antiguo, e Irlanda también; llevar a sus elegidos, en un teatro dispuesto por los constructores, ellos, en Normandía, en Flandes, y en la Bretaña francesa; en todo ese noroeste francés habrase de preservar, por tenerse allí un ambiente aislado, desde antes, durante y después de la 1a y la 2a guerra mundial, y a esa parte del gran país de los galos, se han ido llevando hombres y mujeres seleccionados por ser herederos, no de sangre, sino de una facultad que detentan algunos millares apenas, entendido como -según el uso informal y antiacadémico- ubicuidad. Los millares de seres humanos ubicuos, son los únicos capaces de entender coordinadamente y a un tiempo, todos los teatros y escenarios de la compleja realidad internacional, y los aspectos metasensibles de cada tiempo, calladamente, y vivir en la dimensión de las causas, manteniendo a consecuencia de ello, una conducta de precisión, refinamiento y sabiduría, necesario para atravesar los más difíciles momentos, generalmente incomprendidos por el medio restante. Los únicos cercanos a los constructores, que vienen a ensamblarlos a ellos -los ubicuos- a sus ambientes, y que obviamente no tienen casi absolutamente nada que ver con los cinco países británicos, sino con mundos internos en ellos, los cinco tales países.
Los constructores retornados habían preparado este mundo en el Pasado Anterior.
La noción más pedagógica que consigue Chaplaine, el más elevado heredero poseedor del don de ubicuidad, es que ellos son los hijos de aquellos constructores, una de cuyos era su abuela Camille Levasseur, y otros son Carlo Antonio Bianco, François Desjardins, Lille Latour y Ciro Polgar, y cuya detractora y rival por él descubierta fue o es Marion Gille, una de los tantos detractores y rivales pero insigne, llamada Marion Gille, quien se ubicó en París, en donde vive Lesage, uno como el Charlot pero algo menor.
Un día declara todo el compendio a Isabel, en una apoteosis. En ella hace en determinado momento una interrupción, para intercalar que en casa de una prima de ella Isabel, y de Dominique, cuyo nombre desconozco, al atardecer y a solas, en el lodo del conocimiento que lo afectó en esa cocina aquel Jueves, intercaló la idea de que fue ahí que él comprende, como muy probable, y hablando de Martín Lesage, sommelier de profesión, que este reuniría los atributos, observados seguramente por Camille, para poder enfrentar categóricamente a Gille, y por ello se le envió a París. Martín Lesage habríase -pensó el Charlot-, ubicado en ese lugar en donde se halla el nervio dentario de la metrópoli de París, en que se ubican las tuberías enormes, de la ciudad que subyace, oculta y secreta, en donde vivirían o viven, otros jorobados de Notre Dame, los ductos subterráneos de París, las tuberías, el nervio dentario que alberga el dolor de la humanidad, y lo contiene. Pero al mismo tiempo prepara una venganza. ¿Metafísica, realidad?
El Charlot de Vernissage, sigue y capta, le dice a Isabel en su compendio que él ahí en ese atardecer en lo de su tía muy al Este de la ciudad, capta más que entiende, que los hermanos suyos del Sudán, habrán llegado también ellos a la zona de aislamiento, de un modo amañado, no por ellos pero amañado por otros para mayor seguridad o medida procedimental o ritual; él entiende ahí que Desjardins les predispone a los sudaneses para ocultarse en inmediaciones de los Alpes Bávaros, en una aldea seguramente, consciente de que con un cofrade suyo alemán, constructor, seguramente lograron los matrimonios africanos cobijarse en el noroeste francés, hacía ya mucho tiempo. Y que eso sería el sigilo de una trashumancia grande, en la cual millones de africanos, en este caso de la humanidad común, invaluable para ellos pero común, ligados metafísica inapreciable pero fuertemente a los 4 adelantados, llegarán un día a congeniar en unido beneficio. Pero este misterio en su profunda caracterología, lo entenderá en algún tiempo, tal vez en pocos meses, dijo él.
Háblase sin dudas aquí, de un acontecimiento universal que siempre la humanidad ha creído, desde otras épocas, que se iría a producir. Todo este compendio sitúa un año 0, en 1997, Agosto 20. Hoy ya en el siglo 21, se tiene necesidad de que los maestros del Pasado Anterior, logren efectuar un servicio: transformarse en signo único, por tratarse ellos de los genios tutelares que patrocinan a la especie genuina, afectuosamente ligados a los hijos suyos, hijos de los constructores, del referido don de ubicuidad. Tiene una dinámica circular envolvente el juego. Y espero, desde una voz pasiva de espectador, y por el bien de tantos, que lo puedan lograr.

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