Dar
orden causal, a lo que aparentemente carece de interrelación, en la sospecha de
conexiones entre personas, más allá del haber todos ellos compartido unos
mismos techos en alquiler, asignándoles relación en unos confines apenas intuidos
por instantes, no pudiendo testimoniar en principio alguna base razonable, es
un trabajo por pocos seres humanos emprendido, o pocos hubo y que con certeza
se conoce lo hayan hecho.
Uno
de estos seres humanos es un hombre llamado Laurent Chaplaine de la
ciudad de Montpellier, en la vieja Occitania de Francia. Este
hombre se mantuvo involucrado en un misterio a desentrañar, metasensible en su
tipo.
A
propósito, en ningún momento se hará relación aquí, atento a que se presenta a
la ciudad de Montpellier, a recuerdos albigenses, y nada se dirá que
remonte hasta la liga de los puros, ni hasta ninguna Catherine,
que significa lo mismo. Eso lo dejamos a un lado. Montpellier tiene en
estos momentos del siglo 21, miles de otras cuestiones que surcan sus
venas y arterias; pero nadie inteligente dudaría lo siguiente: En el corazón de
todos en la región de la sacra lengua del Oc, aquello debe
pervivir diseminado en la interioridad, en la nada distinguible sensibilidad
exterior de la gente, puesta hoy a las cosas comunes a toda una generalidad a
nivel del mundo occidental. De paso apunto que Narbona, en épocas de la
fortaleza del Pog de Foix en el área de Montségur, y como único
caso de la región contigua a la vieja Armañac, se había mantenido
consolidadamente en animadversión con la gesta de los buenos hombres y
buenas mujeres circundantes, manteniendo una fría determinación de serles a
los albigenses impíos occitanos. Pero eso fue antes, obvio. Fue cuando los
amantes de las Catherine, fueron acusados por aquella ciudad.
Puede
considerarse a ciertos puntos de vista como infantiles, y de algún modo nadie
está exento de apoyarse a veces en obviedades que se sobreentienden, como por
ejemplo al decir que si pasaron más de 700 años, la guía de todos los
amaneceres de Occitania hoy tiene que ser muy distinta, otra guía absolutamente
diferente, empero ocurre que uno se ve obligado de asistir a quienes, muy
contrariamente a los que están asidos al actual acontecer, viven proclives a
escaparse de la Historia en sentido recto, para tejer de tanto en tanto
asociaciones acerca de cosas que no están o son inconcebibles de un tiempo, y
si estuvieren, nada está dispuesto para que puedan de esa superstición
servirse, y sin embargo caen una y otra vez en los aspectos más ajenos a la
realidad. Y si estuviesen tales fenómenos activos, se los pudiera advertir o
tangir desde una ciencia que penetre en las fuentes del conocimiento, justo
adonde el sujeto adormecido y aun necio, nunca se alista para ir a abrevar y
resiste conocer. Y en este episodio finisecular -que fecharé- se tratará de
rastrear en dichas fuentes, desde el marco de la realidad y cotidianeidad
abarcante. Por ello la necesidad de reforzar una guía que formulemos recta y
apropiada, antes ordenándonos en la noción de que formalmente, Montpellier
es una ciudad instalada en el futuro ahora.
Apuntábase
al principio, que Laurent Chaplaine, quien pertenece a este tiempo,
había emprendido hace años, dieciséis, un insólito estudio. Este hombre vivía
con una tía suya, en aquel tiempo, Isabel Levasseur ; era esta mujer una
despachante de marroquinería, y él, no.
Se
conoce de un trance que lo abarcó durante meses a él, según lo testificaron dos
mujeres francesas allegadas a Laurent e Isabel, que vienen casi
sin interrupción todos los años a visitar a la familia de una de ellas dos a la
Argentina, y en cuyas estancias hogareñas de todo un mes, y del testimonio
completísimo de estas dos mujeres, en casa de una familia de la que soy
íntegramente emparentable como otro más de allí, e igual a los propios, fue la
forma con la cual yo he podido reunir todos los elementos de este extrañísimo
empedrado de sucesos, como se podrá conocer más adelante.
Chaplaine
pasaba las mañanas en un salón de usos múltiples de su casa, en los altos de un
palacete de clase media, clásico oscuro, prosaico y falto totalmente de ornato;
salón a la calle de abertura grande. Se aquerenciaba él allí, pendular
costumbre, al alba. Daba en ese salón de su casa un uso regular, pero versátil
en lo referente a diversos trabajos de índoles imprecisables, a una mesa
oblonga, cuya tapa era de un enchapado de color marrón oscuro.
Durante
las tardes Laurent se perdía en la ciudad, y de noche, y noche temprana,
la cesación de actividad y el sueño.
Ahora
algunos detalles sobre él: Un epifánico individuo, según la observación de todo
caminante. Bien, hablo de un adulto disociado del medio, de modo contundente.
El modelo, si es adecuado así expresarse, sería el de maestro del disfraz.
Fundamento mi opinión, en estar muñido de fotos por él mismo mandadas a hacer
en los parques, de sí mismo, en cuyas fotocopias me valí, y me baso.
Este
hombre acostumbra a combinar, y lo emparento definitivamente a un Charlot,
suele combinar, saco ajustado y corto, calzado sobre buena camisa. Pero, sin
excepción, combina eso con un pantalón de bermudas, muy ajustado también, y
esta combinación base nunca varía en él, en el vestir. Luego, o lleva zapatos
relucientes, lustradísimos, o lleva puestas zapatillas oscuras, y en ambos casos
con medias de algodón. Y armoniza además su deslumbrante figura, con
acicalamiento general, y pelo en gel. Insisto en el hecho de que él nunca varía
la intromisión de bermudas en la línea de saco y camisas y zapatos o
zapatillas, lucido todo casi con desfachatez. Ese quiebre en un lógico vestir,
da pie a cierta interpretación. Antes de tratar eso, diré que calza un reloj
con malla de oro, de caja gruesa, posiblemente con cronómetros y otros usos
horarios. Su andar, niega aparentemente, riguroso yo aquí de mantener la
opinión autorizada de las francesas amigas, quienes no aciertan en eso aún,
niega una identidad gay, aunque, los modismos de él hacen total rompimiento con
toda predisposición varonil que se oriente al ruido, la fuerza, la algazara
mucho menos, y el antro de naipes, humo, villar, apuestas y chistes macabros,
son cosas que no conoce, pudiera decirse. Y haciendo extensivo el último
ejemplo, a otras gamas, como hipódromos o lo que se prefiera.
Nuestro
funámbulo sin cuerdas, digno de imaginarlo en un vernissage, en el reparto de
cervezas y sándwiches, a tono él con una inauguración underground del arte,
tiene proclividad por andar mucho en horas de la siesta temprana, y la
estadística del vecindario marca que a las 18 hs en invierno y a las 20 y 30 hs
en verano, este hombre se oculta en su casa y no vuelve a salir hasta el día
siguiente, pero no antes de la hora 1ª de la tarde, en ningún día. Él y su tía
contaban con la amistad de un hombre ligado a la familia por décadas, a quien
comisionaban para los trámites o los encargos de provisión general, en las
mañanas. Como señalé, más tarde, a las 13 hs, poco más o menos, este hombre se
zambulle en las calles de la ciudad, a gastar asfalto, y a vivir con
metodología la vida al aire libre. Usa él lo necesario el transporte público,
porque mucho es dado a él caminar.
Me
corro un poco de la descripción, para atender a la opinión antes prometida. El
tema es que, de acuerdo con la construcción cultural forjada internamente, de
otros y mía, no de todos lógicamente, el vestir, a uno nunca le ha requerido
mucho pensar; en ocasiones uno le ha dedicado quince minutos, veinticinco
minutos en ocasión de una fiesta importante, pero generalmente ocurre rápido.
En los poco afines a estos cuidados, pero además coincidentes en evitar la
complejidad en esto, nos resultaría imposible discontinuar la línea de
concordancia, dictaminante de que un saco, jamás, hablo de camisa y chaqueta,
bajo ninguna circunstancia del destino, podrá combinarse con bermudas, sea de
la tela que fuese, dado que de poner esa combinación a prueba, uno sentiría una
alteración en la suerte, o una suerte adversa en lo personal y cosas así. La
idea central, sería la de simpatizar con flexibilizar los usos en el vestir,
estar de acuerdo, como en mi caso, porque mucha gente del grupo que uno integra
se ha puesto de más joven al borde de la comicidad, pero nunca flexible al
nivel de interrumpir una natural relación de estándares, dictaminante de que
una musculosa jamás, podrá calzarse al tiempo de un pantalón de sarga, que
sería adecuado a una gala justamente.
Ahora
bien, de todos modos, y pensando en todo eso, y observando reiteradamente las
fotografías de este francés, yo, que declarándome previsible en el vestir, me
identifico con liberales opciones con mucha facilidad, niego que las costumbres
de vestuario optadas por este personaje, puedan declararse como antinaturales,
porque la cosa pasa por aquí: que siempre y cuando no tenga que usar yo esa
particular variante en el vestir, como nuestro Charlot y tantos pero
tantos otros optan darle uso, desde su natural concepción de la vida y su
ductilidad, tengo gran aceptación, y en ellos lo analizo carente de desarmonía.
Todo pasa por el precepto, no estético, sino mágico, que este Charlot
comprende y domina, desde su percepción estética y folclórica de la realidad, y
dominan otros.
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Laurent
Chaplaine, el 20 de Agosto
de 1997 abrió, como generalmente lo hacía, el ropero de oscuro barniz,
parado sobre las mismas baldosas junto al mismo muro, tal y como su abuela lo
había dispuesto hacía décadas, en ese mismo ambiente en donde su nieto se
dedica a soñar. En este se guardaban documentos, y además en la cajonera
objetos innúmeros de incontables órdenes, y habían llegado a guardarse juguetes
en algún tiempo. A este ropero Laurent exploraba regularmente. En uno de
los espacios cúbicos grandes, había una carpeta verde, fuertemente atada con
cordones, vieja, y se dio cuenta él al instante de que nunca la había revisado.
La quitó de allí y al punto arrancó el cordón. Había muchos comprobantes de
pago, pero al abrirla lo visto antes que eso, fue la primera de algunas pocas
hojas anilladas, con una anotación que le pareció evidente de su abuela. Se
trataba de una lista de inquilinos para el local a nivel de la calle,
amplísimo, de la enorme edificación de su propiedad, y usado para fines
comerciales; y además adjuntábase un listado sobre lo referente a la vivienda
que se ubica detrás del local, alquilada aparte siempre. Vivienda cuyo ingreso
está a uno de los lados del salón de uso comercial, y justamente a otro de los
lados y como primera puerta de la otra calle, el ingreso a casa de Isabel
y sobrino.
Ambos
alquileres de abajo, estaban anotados en la carpeta verde, y los datos iban
desde 1949 cuando la madre de Isabel heredó todo el inmueble, o
se le efectivizó, y hasta 1980, y pudo ver el porqué se anotó hasta ese
momento; cumplía él por esos días 26 años de edad, y en ese momento fue él el
que así como su abuela un día, recibe la titularidad de todo, sucesión de por
medio, y por ende se hace cargo de administrar los dos domicilios de abajo.
Ubicado
en una poltrona, dio la primera lectura de los documentos. Específicamente se
trataba de una nómina: nombre y apellido, día-mes-año de ingreso, lugar de
procedencia, edad actual al día de la firma, y constancia de pago como
certificación del ingreso. Luego en la progresión de la nómina, dábase en
determinado momento, el egreso definitivo con la fecha. Eso era todo.
Chaplaine leyó y releyó con mayor ansiedad a medida de ir pasando
los minutos, y no entendía el porqué de sus nervios, en razón de estar apenas
estudiando una constancia de inquilinos de dos inmuebles, tan simple como eso. Laurent,
a pesar de no saber, de no conocer el motor de su angustia, aguzó mucho su
perspicacia estando cierto de que iba a dar con la perfecta identificación de
algo, de momento insustancial y antojadizo, pero la señal de eventos, y se
alistó a desentrañarlos.
Una
hora y media después Chaplaine establece que le interesan 6 de los
nombres listados, y que tenía desinterés por los otros. Los últimos 80 minutos
de la hora y media en que su investigación repentina e informal dio comienzo, ubicándose
en una poltrona apoyada en la pared más larga de la pieza de recreo, los pasó
apoyando la carpeta sobre la mesa y sentado a la misma en una silla común.
Vale
en este momento incorporar un detalle que se impone por necesidad: marco que
desde que él tomó en sus manos la administración de los alquileres a nivel de
la calle, y cuyos únicos beneficiarios desde cierto momento eran su tía Isabel
y él, Laurent los administra más que nada de memoria. Recordaba todos
los nombres que entablaron relación de locador e inquilino con él, y antes
cuando el locador fue Isabel desde la partida de su madre; Isabel nunca
poseyó el bien raíz; recordaba fechas e incluso historias familiares de los
moradores, frescas en su memoria si era ocasión de contar anécdotas pertinentes
en algún momento. A todo esto añado que sí tenía él los comprobantes de pago
estrictos, en el placard de su habitación. Pero nombres y fechas no.
Había
en la nómina, intercalándose, los datos del local y los de la vivienda, y el
ciclo marcaba 31 años en ambos casos. La mamá de Chaplaine, si es
notoria su ausencia en el relato, añado que había muerto de tuberculosis a los 12
años de edad de su hijo. Atendamos al período inicial anotado con datos de la
vivienda, se hizo constar hasta 1952; antes del año 49 nunca se
afectaron al lucro los domicilios de abajo. En lo referente a la vivienda se
marcó 6 años en el último período asentado, discontinuándose la anotación en el
año 80, cuando Laurent se hace cargo, aunque duró más, el morador
del cual se hablará, de ese tiempo, estuvo allí hasta después del año 80.
En
lo atinente al local, el último período se marcó hasta el 80 también, y
como el otro, también duró más, el inquilino en cuestión permanece algunos años
más. Debe agregarse que la anotación cesante en 1980 la venía realizando
en los últimos años Isabel, la tía de Laurent, obligándome esto a
reconocer otro tipo de letra distinta a la que señalé cuando Chaplaine
el día que descubre la carpeta no duda en establecer un tipo de letra sólo
posible de dibujar por su abuela. El resumen marca varios nombres, fechas y
procedencia. Desechó el considerar a los inquilinos del local de los primeros
quince años.
Y
doy término a este aburrido detallar agregando que Laurent Chaplaine
conocía ya personalmente, o había tenido relación, con algunos del listado.
También tuvo contacto o conocía a amigos de los inquilinos y clientes, porque
él nació en esa casa de Montpellier. Nunca los creyó a ninguno en
posesión de singularidad que lo intrigase, o matiz que desafiara su curiosidad.
Créese, que fue la artesanía de la anotación extrañamente pulida de su abuela, Camille
Levasseur, y de Isabel posiblemente también de la última parte, lo
que le hizo nacer una suerte de ultracalígine sentido metaconciente, capaz de
advertir un escondrijo en el manuscrito, y tal aspecto fue lo que al empezar a
leerlo, puso sus antenas en función.
Y Laurent
luego hace una nómina nueva personal, selección de su interés, la cual fue
ésta: Carlo Antonio Bianco, Martín Lesage, Marion Gille, François
Desjardins -estos por la vivienda-. Y además: Antoine Lemercier, Lille
Latour -estos por el local comercial-.
Lille
Latour fue la penúltima inquilina de esta
lista. Ella había sido titular de una pequeña agencia turística en este lugar,
y este párrafo fue el más cuidadosamente narrado por las dos mujeres, primero
de otros muchos párrafos de preferencia que como expresé, es el piso testimonial
para mi relato, el de dos mujeres francesas con regular visita al país, que son
residentes de Montpellier desde siempre, y gozan de la amistad de Isabel.
Testimoniaron las dos, que mientras la citada agencia duró, y fueron varios
años, hace hoy muchísimo tiempo de eso, digo para ubicarnos ya que ni en el
milenio podemos coincidir, Lille Latour tuvo a su cargo a dos mujeres,
curiosamente. Fueron quienes atendían al público, y quienes compartían con ella
o cultivaban como ella, el hobby de documentalistas de cine, e incluso lo
cultivaron las tres juntas en un par de trabajos, pero de exigua calidad o exiguas
pretensiones.
Laurent
Chaplaine simplemente tejió una urdimbre,
de a poco, despacio. Carlo Antonio Bianco, residente de su ciudad,
morador de su propiedad, había nacido en la región italiana de Ancona.
Antes de mudarse definitivamente a Francia, a sus 32 años de edad, tuvo
fugaz amistad con un hombre llamado Polgar, el Charlot empezaba a
recordar esto. Polgar, un yugoslavo casado con una tal Lettie Irving,
mujer que era inseparable amiga de Abbie O'Flaherty, dos damas
originarias de Londres, y agrupadas con muchos compatriotas suyos,
durante años, en una campiña de la región de la Macedonia yugoslava, no
lejos de la frontera con los albanos, guiados allí por la necesidad espiritual
de más cálidos climas, y muelles desde donde catapultarse, bote mediante, en
viajes muy ceñidos a las orillas siempre, hasta las orillas del litoral de Tesalia.
Había concretamente un muelle en área de Dubrovnic, y desde este,
algunos de la aludida inglesidad, partían una vez al año para disfrutar del
mejor de los estilos para navegar, que es ceñido a las orillas. En cada
estación vernal, viajaban rodeando los incontables e informes contornos
griegos, a un par de millas, en provecho del aprendizaje que supone estudiar
los accidentes geográficos y los atributos naturales del paisaje, telescopio
mediante o binocular o a simple vista. Este tipo de viajes lo preferían al más
fácil acceso por tierra en este caso, por la nada fútil razón del menor
disfrute experimentado, si eligiese el viajero comunicar por tierra la Macedonia
yugoslava y la Tesalia de Grecia. Cada año, una vez en la región
helénica instalados, ejercían el comercio de productos regionales típicos de
los Balcanes, la mayoría hechos por ellos mismos, el resto del año en
Yugoslavia.
Estos
rebeldes con causa, eran los dueños en comunidad, de 1300 acres de tierra,
dicho según el uso inglés, en los que se criaban animales básicamente.
Ciro
Polgar, este yugoslavo de ascendiente
húngaro, era un habitante común, vecino del asiento o habitacional espacio
elegido por los ingleses para emplazar sus casas. Y llegó él a tener y luego
consolidar una relación con Lettie Irving. Se unen, y después de seis
años de compartir la vida en un hogar, en un paraje anexo a las tierras y cerca
de la frontera con Albania, abandonan esta región, y se trasladan en dirección
opuesta al Mediterráneo, y en el norte cruzan a Italia. Pasan a asentarse por
un tiempo en algún lugar de Ancona, remarcando que siempre integrando familia
esta pareja con Abbie O'Flaherty, y es entonces cuando entablan amistad
con Carlo Antonio Bianco.
Antes
que el italiano pasase a Francia, los tres viajeros venidos de Yugoslavia, Polgar,
Irving y O'Flaherty, se marchan a Francia, a radicarse más
allá de Rouen y Amiens, en el norte, no lejos de Arrás,
alguna aldea de aquella zona francófona pero de seguro con otros hablares,
flamenco y otros. En esa misma gran área -más que lo citado- del Sena pero
además del Marne, se ubica París. Este citar a la ciudad de París
del modo expuesto, tendrá sentido a su tiempo. Una metrópoli que respira aires
norteños y participa de un aire que se interpenetra con, o inunda a, un punto
tripartito internacional con Luxemburgo, del que se nutre también. Los de la
península balcánica se asentaron en Flandes, región que excede a Bélgica. Laurent
empezó aquí a ver, en estos recuerdos que devienen de una historia contada a él
por el inquilino Bianco, un mar de fondo; que había mar de fondo, y para
esto nos instalamos en la meditación de Chaplaine.
Él
pensaba en la rareza de esto indefinible aun pero en algún modo esclarecible
sólo por él. Nadie de todas las personas ligadas a él -pensó en un primer
momento-, lo podría ayudar a desentrañarlo, por lo cual estuvo un buen tiempo
sin auxiliarse con consejos de otros. Él había tenido trato amplísimo con Lille
Latour, la nombrada aquí titular de una agencia de turismo pequeña, y por
extensión pudo conocer a las citadas anteriormente dos mujeres con empleo en
dicha agencia. Laurent vio como un flash brillantísimo de fotografía al
hacer la toma, que ambas mujeres con empleo en la agencia, eran inseparables
también como lo descripto a él por Bianco acerca de las dos inglesas, lo
recuerda perfectamente. Inseparables puede componer la imagen de unión
fraternal o amor. Estas dos damas eran oriundas de la región de Poitou,
un poco al norte de la zona donde se ubica la ciudad de Limoges, ciudad
de origen de Lille Latour, de donde era nacida esta.
Chaplaine empezó a enredarse en un juego de analogías. Sintió ahí un
gran impulso de abordar la misión de despejar la incógnita del juego. Misión
orientada a descifrar y establecer la naturaleza del elemento catalizador o
convocante. Laurent entrevió una red, Bianco era ya un nexo
indisputable a esta altura, entre Lille Latour y Ciro Polgar.
Pudo
llegar Chaplaine en un momento de su ya avanzado itinerario, y con
ligera agitación en la respiración, y emoción, a remembrar que Lille Latour,
después de desalquilar hizo arreglos para ayudar a las dos mujeres aludidas y
de su amistad, aunque amigas a otro nivel de como las damas de Poitou lo
eran entre ellas, ayudarlas para que fueran a vivir cerca de donde ahora ella
iba con su pareja, y fortalecida en ese tiempo la relación, al norte de
Francia. No sabía Laurent con exactitud a qué lugar, pero de seguro en
el área normando-bretona. Todas estas alternativas, él las había charlado con Bianco,
la recordaron juntos. Carlo Antonio ocupó la vivienda de atrás del
local, hasta la época en que Chaplaine empieza a administrar. Fueron
acontecimientos anteriores, de 1975 quizás, muchísimo antes que Laurent
las reviviera en la parte final del año 97. Y Bianco lo había
hablado al tema con Isabel, quien varias veces se lo había refrescado a
sus oídos a Laurent. Todo el episodio de Lille Latour y las
chicas de la región de Poitou.
Pudo
esclarecérsele que detrás de los tres viajeros extendidos hasta la zona picarda,
y allí asentados, Laurent vio el brillo de lo otro, ahora emparentable. Lille
Latour, oriunda de Limoges, ya finalizada la actividad en su
agencia, se trasladó al norte como decía, e hizo arreglos como señalé, para
emplazar con un trabajo seguro mediante, a sus amigas en el norte, como se
concretó realmente. Hablase aquí de Esther y Marie, amigas de Lille.
En esos momentos de aguda reflexión, Laurent palpitó la análoga función,
y comprende el incontrovertible rol, de guía y protector, en las personas de Ciro
Polgar y Lille Latour. La primera importante elucubración
establecía. ¿Pero de qué fenómeno? No sabía de qué, pero iba a desentrañarlo y
buscó más allá.
Y siguió
con los días, en las mañanas, y cada vez dilataba un poco los minutos,
aumentando su interés en el rastro hallado de algo ahora con incipiente forma.
Los seis nombres los había elegido desde una presciencia en retrospectiva, si
cabe este bárbaro considerar, ya que del listado de Camille, su abuela,
a Martín Lesage por ejemplo él nunca lo había visto, pero lo
apreció en razón de indicios que recordaba de él, por haberlos oído en su casa
aludir en voces de distintas personas tantas veces.
Laurent se organizó para pensar, y entiende que los guías
debían en su conjunto incluir a Bianco obvio, pero con la distinción de que
este operaba desde una posición más pasiva que los otros dos apuntados guías
Polgar y Latour. Carlo Antonio Bianco se asienta en Francia después
inmediatamente de Polgar, Irving y O'Flaherty; acerca de esto Chaplaine
comprende que Bianco cerró una puerta. Lo tuvo claramente asegurado en su
mente. Bianco borró las huellas -pensó-, apisonando luego la tierra. Laurent
siente a esta teoría, segura, y comprende que su aventura daba así comienzo.
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El
correr de los días lo volvió mucho más desenvuelto en el trance dilucidatorio.
Lucía más perfecto Charlot que antes, en su habitación de recreo, amplísima, en
donde la prolongación de su desayuno, singular al extremo, duraba más de una
hora, madurando cavilaciones y manejando el tiempo, igual a como lo hace el trasplantado
cuando inicia el ciclo vital restante y final. Chaplaine modificó su plan de
vida personal. En ocasiones, en determinado momento daba por terminado el
desayuno, y se corría dos asientos más hacia un lado, y retomando la libreta de
anotaciones y puestos los lentes, lo atravesaba una emoción o el dominio pleno
de la problemática, concienzudamente, problemática inclasificable hasta el
momento, y en ello la justificación de estar sentado mucho tiempo, pero
evidentemente le faltaba la tipología, y le iba a llevar un buen tiempo
anotarla. Y lógicamente, después de un lapso importante Laurent se
corría a otras cosas no posibles de ser consignadas aquí por ignorarse, para
más tarde sí, incorporarse de nuevo a esta fijación, el eje de su nueva vida, y
reanudaba la agregación de datos y pareceres, y a reflexionar en ellos.
En
un día, en un momento como los así descriptos, Laurent se concentra en
otro de los nombres listados, pero por vez vigesimoctava, para arrojar un
número elocuente, y se afina y se afirma más en el fenómeno desconcertante aún,
al recuperar la precisión de que Marion Gille comparte unos ocho años de
vecindad con Lille Latour; aquella estuvo en la vivienda desde antes que
Latour ocupase el local, y se marcha a vivir a otra parte un año antes
de la partida de Lille al norte.
Se
ha asentado antes que Lille Latour se traslada a vivir con su pareja al
norte, y que con idéntica dirección salen en otro momento Esther y Marie,
de su amistad, aprovechando el abrazo mutual de unos amigos de aquélla,
semejantes en preceptos a las organizaciones de intercambio juvenil entre
países, pero nacional interno francés en este caso.
Chaplaine
exploró todo ese tiempo, otra vez pero de
otra forma, interiormente, y halló nítido en sus recuerdos, de cuando él dejaba
de ser un mozalbete tímido a más no poder, pero de modales tan excelentes que
lo hicieron muy apreciable siempre, por tan diligente y cordial, confiable para
el entero degradé de la población de sus calles.
Repentinamente
Laurent se posa en la reflexión acerca de Marion Gille, ese día,
y logra entender que ella ejercía la fuerza opuesta a la de Lille Latour;
esta última ejercía la fuerza de la liberalidad, y aquélla ejercía la fuerza de
repulsión al progreso.
A
partir de esto Laurent se decide a revivir momentos de su relación con Gille,
sin dilatarlo más, pues entiende que de todo lo atinente a ella iba a extraer
lo necesario para componer el mosaico que estrictamente debía mencionarse con
la palabra juego -pensó-. Establece con mucha facilidad la inexistente
reciprocidad común a una formal vecindad según las generales de la ley. Ese
omitido proceder entrambas, asomaba lleno de significado para él, en orden a
que tomarse la fatiga de ignorarse, cordialmente pero ignorarse, durante años,
requiere de un ingente esfuerzo si tomamos en cuenta la natural reciprocidad
humana que se obtiene en paridad etaria, cuando en este caso además, en la
trastienda de la agencia del local, había una puerta de doble hoja, con acceso
pautado al patio, entre inquilinos y dueño, para las utilidades de tomarse un
respiro los de adelante, o fumar en el patio si se quiere impedir ahumar el
ambiente de trabajo. Tomarse la fatiga de ignorarse durante años, cruzándose en
el patio cosa que ocurría, o coincidir en la acera al entrar o al salir,
responde forzosamente a un imperativo superior, y ese imperativo debe
necesariamente estar orientado por un muy desemejante patrón ideológico, al
tenerse la obligación de permanecer en proximidad como en este caso, inarmónico
ensamblar que no precisa del marco dialogal para averiguarlo, sino que se
presiente al instante por un oscuro sentido corporal instantáneo.
Esto
le proveyó a Laurent la muestra para merodear a fondo aquel tiempo, en
lo relativo a Marion Gille, ligada ahora a Latour por rivalidad,
según él empieza a creer, y seguirá pensando. Y además ella le aportaba intriga
como ser humano, a partir de redescubrirla tantos años después. Él había tenido
buen trato con Gille, haciendo la salvedad de que no era fácil tener
destrato hacia este hombre, por la afable condición suya de mascota comunal, en
ese tiempo cuando llega a ser un mozo más atento a lo obligado de hacer
funcionar el carnet de adulto en estreno. Inteligentemente él concluye, que el
mutuo buen trato de Gille y él mismo, declaraba aceptación por parte de ella,
de un código de urbanidad que ciertamente se cuidó siempre de irrespetar, por
atender en un mínimo indispensable de correspondencia hacia personas
respetables con respetables gestos, y un poco de afinidad con los muy jóvenes,
como en el caso de Laurent, un mozo con la mitad de la edad de ella.
Tal
vez él haya hecho la distinción, un poco atenuando la clasificación por él
asentada, acerca de Marion. Porque Chaplaine la inscribió entre las personas
con oficio sobrado como para limitar socialmente a los de la esencia de él
mismo, lo por mí desde la distancia llamado un Charlot de Vernissage. El caso
es que Laurent pasa a comprender claramente, que Gille lo depreciaba, no digo
des-preciaba eso no, digo de-preciaba, cordialmente pero lo asociaba con una
raza humana inferior en los patrones de inteligencia. No quiso mezquinarle lo
de cordial, pero no podía él de ahí en más, dudar que de haber ella tenido
poder y oportunidad, introducía Marion por algún medio una moción de censura en
el despacho del alcalde, para disciplinar a los tontos del tipo que en Montpellier
él, Laurent Chaplaine, formaba parte en conjunto.
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Laurent
tomó una decisión insólita o tal vez sea mejor decir exorbitante para sus
costumbres, y la tomó por encontrarse trabado uno o dos pasos antes de acceder
a la quintaesencia del caso, evidentemente le resultaba mínima la distancia,
pero no podía arribar. En medio de ese invierno posterior al día en que abrió
el documento por vez primera, y en alteración de una monocorde permanencia
intramuros, durante años, atravesó el límite municipal, los muros imaginarios
de Montpellier, en el automóvil de un primo y que este conducía, y llegó hasta
el mar, para alojarse cuatro días en la ciudad de Séte. Y no le será difícil a
nadie a esta altura del episodio Chaplaine, imaginárselo a este ahora tan querible
personaje de Hérault en Occitania, si apunto que él hizo contemplación del mar
Mediterráneo, a lo largo de cuatro días, no menos de diez y nueve horas en
total. Se enfocaba en el continente negro, tratando de divisar lo imposible, en
línea recta, inclinado en la brecha del horizonte abierta entre la Menorca
balear y Cerdeña, África de misterios imposible de divisar desde allí.
Estando
una mañana en esto mismo, en uno de esos cuatro días, poco antes del cenit de
un día semicubierto de ligeras nubes, y como si de la nada surgiese, Laurent
vio un globo Mongolfier, un aerostático con la barquilla ocupada por
cuatro hombres, en dirección hacia la ciudad-puerto de Séte. Disfrutó Laurent
notablemente del ingenio volante, de ese globo con aspecto de porcelana pintada
con esmalte de colores vivos, tan lucido era. Estuvo él muchos minutos
observándolo. Lo ve en un momento cómo el globo se desviaba, primero iba en
dirección sudeste-noroeste, para girar luego levemente hacia el oriente, y
perderse con otra dirección.
Unos
momentos después de no verlo más, Laurent recuerda que François Desjardins,
uno de los antiguos inquilinos, ya hacía años viviendo en otro lugar, le había
confesado una vez, que antes de la casa ser ocupada por Marion Gille,
allá por el año 1958, ya instalado él hacía seis años en la casa de
abajo, el eje o el anclaje físico de nuestra historia, la propiedad que una vez
perteneciera a Camille Levasseur, le dijo que él le había vendido un globo
Mongolfier propiedad a medias con su hermano menor, a unos inmigrantes
africanos. Dijo además que el globo había quedado prolijamente guardado en el troj
o galpón de su hermano mayor, en un establecimiento pecuario de las afueras, en
donde su hermano mayor vivía al cuidado de una chacra de pastura, con animales
para la faena, y que al igual de los tres hermanos restantes no tenía techo
propio.
François le contó esa vez que el aerostático estaba perfectamente
conservado, y lo había usado él con el menor de los cuatro, François era
el penúltimo, para el goce inenarrable de un trabajador comodín multifacético
de los suburbios, al servicio del Ayuntamiento como había sido él, en un tiempo
de reconstrucción nacional y sueños. Lo guardó tiempo después en el troj.
Hace amistad él un buen día con dos parejas de sudaneses, llegados dos años
antes a la zona de Montpellier, en busca de un asiento definitivo para ellos,
que les resultase seguro. Los cuatro venían en ese tiempo, de sufrir
persecución en Sudán, aunque nunca le explicaron a Desjardins de qué
tipo. Padecían ellos un miedo de tipo residual podría decirse, y al enterarse
por Desjardins del Mongolfier, en impecable estado, se
consagraron a la idea de adquirirlo, sin estar del todo seguros de porqué lo
deseaban.
Un
día llegan a comprarle el artefacto a Desjardins finalmente, y luego también
obtienen la licencia necesaria para darle uso.
El
último mediodía pasado en Séte, Laurent lo empleó para revivir eso y de paso
descansar en una reposera de mimbre, de la hostería, a la espera de la hora
para subirse al autobús y emprender el regreso a su ciudad. Y rememora a François,
deteniéndose en un encuentro fortuito que ellos dos tuvieron, en ocasión de la
fiesta aniversario de una pequeña institución deportiva de la ciudad, en que se
descubrieron sentados el uno junto al otro. El encuentro se produjo muchos años
después de cederle la casa a Marion Gille, incluso muchos años después que esta
se marchase. François le contó en esa cena, un pasaje llamativo del relato, que
en todo aquel tiempo de cuando él le vende a los sudaneses el artefacto, volvía
a tomar fuerza una consigna popular no patriótica quizá de los franceses, sino
más bien panoccidental europea, extracto de la fama de los clubes secretos. La
frase aludía a la más alta tradición del mundo de ellos en el país, y decía:
"El Gran Oriente de Francia." Había -dijo Desjardins a Chaplaine-, un
renacimiento de esa tradición por aquellos días. Y le explica que era una
tradición panoccidental de los europeos, y se oía esa oración en diferentes
lugares, en galas, de todo el país, se oía decir: "El Gran Oriente de
Francia."
Proyectada
esa oración al futuro se podía inferir en ella una promesa -Desjardins añadió-.
Ambos matrimonios de sudaneses, está claro que no entendían nada de eso, de su
significado. Sigue Desjardins con este párrafo de su historia, mientras
cenaban, que ya efectuada la venta del ingenio volante a los cuatro, les dice a
ellos: "¿Por qué no hacen el vuelo inaugural en dirección al gran oriente
de Francia? Van y se quedan unos días allá.....?"
Una
mañana temprano, desde algún solar del área norte de la ciudad, o lindera a ese
norte, y con viento inmejorable, los cuatro africanos zarpan con el Mongolfier,
y sobrevuelan las parcelas inaugurales de la campiña en dirección a oriente,
levemente con rumbo inclinado hacia el norte. Y vuelan hacia la frontera con
los alemanes.
Pudo
más tarde conocerse, que además atravesaron esa frontera, al día o dos de
zarpar en el departamento de Hérault en Occitania. También pudo conocerse, que
volaron hasta poco más allá de Lindau, aterrizando muy cerca de los Alpes
bávaros. Una vez allí los oriundos de Sudán, y de Occitania en ese momento,
tomaron la rara decisión de ocultarse allí, para no volver a aparecer por el
Languedoc.
¿Que
resulta difícil de imaginar el hecho de la comparecencia de africanos en
Alemania allá por el año 1959, fundamentalmente inconcebible por no
contar con autorización aduanera? Difícil, pero diré desde una atalaya más
amplia, que confían a uno los autores de leyendas, que sí es posible la
presencia de muchos africanos en Baviera, o aceptar una aldea de mongoles en
dicha región, en ese tiempo, y nunca la civilización predominante en las urbes
o en los tejidos interurbanos tendrían noticia de ellos, porque no podrá estar
al tanto el animal urbano promedio, de lo profundo de la realidad en
coordenadas geográficas donde el alcance decisorio de la mundanidad desaparece,
o pierde vigor, y es en tales coordenadas geográficas donde el dominio le
pertenecerá a fuerzas no emparentables con el poder atribuible a la sociedad humana
ordinaria, sino a una inteligencia subordinada a los suelos montañosos. Por
esta razón no nos sería posible negar una colonia africana en proximidad a los Alpes,
en ese año 59, aunque no tengamos a mano publicación de noticias
semejantes, si la criatura terrestre o sistema cerrado de los enclaves
montañosos lo hubiese decidido, se esconden africanos y mongoles sin
documentación en Baviera, y nunca se los podría descubrir.
Hago
abstracción de esto último, y me introduzco de nuevo en las cavilaciones de
Laurent Chaplaine, quien antes de salir hacia Séte, ya había desestimado a
Antoine Lemercier como una pieza del engranaje. Él en algún momento testimonia
que habiendo repasado el episodio Desjardins, sentado en esa reposera del hotel
de Séte, no tuvo dificultad para agregar a Desjardins a la nómina de los guías,
como es de esperarse a continuación de haber conocido este último fragmento en
que él aparece. Es harto evidente que aquel inquilino había hecho su aporte a
la causa y asegurado el transporte de los sudaneses hacia el Este.
Laurent
llegó luego de esto a entender, ya de regreso a Montpellier digo, que
Desjardins en su rol de guía, incontrovertible ahora, ya sabía de antemano, que
o fuese al oriente de Francia, o fuese a Baviera en Alemania, sus asistidos
africanos no iban a retornar a la Occitania.
Pero
faltaba entender por qué ese inquilino de nombre François había estado en su
propiedad al igual que Bianco, quien se ligaba al no inquilino pero igualmente
guía Ciro Polgar, y ligados a Lille Latour también inquilina pero del local,
ahora Desjardins. ¿Por qué? ¿Y Marion Gille, quien nunca sería por él
nomenclada como guía, por qué representaba ella un rol familiar en este
laberinto, siendo una pieza del engranaje, pero en realidad se decía, porqué en
mi casa todos?
Porque
Marion Gille, yo me incorporo ahora, desde la distancia, ya era visible, y era
indisputable el hecho de que necesariamente ocupaba un lugar, en razón de que
ella pretendía tomar el beneficio de los consagrados a la misión de establecerse
en áreas que los pusieran , o habrán puesto, a salvo de todo tipo de peligros.
Y háblase aquí de Esther y Marie, y háblase de Lettie Irving, y
Abbie O'Flaherty , y del propio Polgar, y hablase de cuatro
africanos de Sudán, que en este caso parecen haber ocupado un asiento en un
área oculta perteneciente a las estribaciones de los Alpes de Baviera.
Laurent
Chaplaine supone, que Marion Gille necesitaba hacerse de una radicación en
algún enclave con características especiales, como pudiera ser Normandía, o
Flandes, pero después recordó, en medio de esta reflexión, para obtener de lo
extractado por su memoria un detalle muy valioso, que Marion Gille fue después
de desalquilar, a radicarse a París.
Laurent
había empezado a entender el juego. Poco le faltaba para nombrarlo.
De
regreso a Montpellier, este buen franco de Occitania, habiendo dejado el
Mediterráneo atrás, y asentado en esos días el año posterior al de cuando aquel
20 de Agosto él descubrió el germen de un tiempo por venir, Laurent le confía
su conocimiento a Isabel. Con 60 años ella en ese entonces, y el mejor de los
momentos en la relación con su sobrino, esta dama sin hijos propios encontró
una sensibilidad inmejorable hacia el caso. Entusiasta era ella de por sí a la
intriga, a las fábulas, pero asimismo se demoró un buen rato en entenderlo
-cada especie de fenómeno tiene su singularidad-,.....porque una saga de esta
clase se oía una sola vez en la vida.
A
medida que Isabel se afianzaba en los detalles, se arraigaba en la necesidad de
internarse en esta novela, por esto ella se abre al diálogo nocturno antes más
que infrecuente con Laurent, a quien solía visitar como partenaire coloquial
muy temprano al alba, todos los días, cuando la conversación no puede darse en
profundidad, como las noches sí lo permiten. Claro que también lo veía durante
el resto del día.
La
noche de su incorporación a la "Rareza de Chaplaine", si quisiéramos
bautizar el caso, ella le aseguró a su sobrino a modo de respuesta a la
indagación de él, que en verdad ella completó el añoso apunte porque era de
obligatoriedad ante una eventual requisitoria municipal o policial, y no como
pensaba Laurent que nunca se sintió en la obligación de hacer lo propio. Agregó
que ella lo prosiguió a la muerte de Camille, su madre, muerta a los 65 años de
edad, durante tres años. Isabel le dijo además a su sobrino nunca haber pensado
que en la casa pudiese acaecer un movimiento que involucrase a un orden
anómalo, o trascendental de cosas, pero ella concluye que una vez oído el
relato impecable de él, hombre de los que se toman tiempo para hablar, no con
su tía sino con otros en la calle, y que ahí a su tía hasta le contó lo
imaginado cuando parado en la ribera de Séte fantaseaba con divisar el África,
imaginando ver a través de la Argelia de ellos los franceses, y más allá el
punto medio, Zaire, y más, y Uganda y el este y Nairobi y volver al norte y
Addis Abeba......, y necesitó hacer un esfuerzo en esa relajación mental, y
oler las interminables aguas, buscando una última clave que lo facultara a
entender el misterio cuya sede coordinante fue su enorme casa de Montpellier, y
le contó a Isabel que así estuvo el último día completo en Séte, junto al mar
hasta que apareció el globo Mongolfier y empezó a completar el cuadro sinóptico
dándole orden en su mente.
Isabel
le confiesa que al escuchar todo, le resultaba perfectamente compatible con la
realidad y posible. Aunque a esa altura todo eso era obvio y reconcentrado en
su obviedad.
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Laurent
Chaplaine necesitaba confirmar el desconocimiento absoluto de parte de Isabel,
acerca del movimiento cesante en la casa que aquí se expresó como el anclaje
físico o sede de una saga única en su tipo, cesante poco después del año 80
en que Bianco deja también de vivir allí y parte en dirección a Grenoble,
montañoso escondrijo, y al acordarse de eso, del destino de Bianco, comprende
Chaplaine al instante que el italiano allí cruzó una línea de desorientación,
el cierre de puertas al que se lo comisionó desde algún lugar, ese cierre de
borrar las huellas apisonando luego la tierra, fácil de entender ahora, en lo
relativo a la dirección que llevaron todos los demás a partir de su casa. Su
destino, creía recordar Chaplaine que definitivo, el de Bianco, trazó por
encima de la trayectoria más vertical de los otros, una línea crucial, cerrando
por última vez la puerta allí en Grenoble, y aislando todo.
Él
ya estuvo cierto en ese Febrero, de que todo, además de los guías, era únicamente
concerniente a Camille, en su ciudad al menos. Digo aquí la integralidad de los
expuesto y componente de una misión, la cual ahora era también del dominio de
este hombre in límine, renovado en una transformación total, a punto de
alcanzar un grado eminente. Porque en los rápidos reflejos de ahora Laurent vio
cómo desde 1949 hasta 1977 en que Camille muere a los 65 años de edad,
se incorporan Lesage, Desjardins, Gille y Latour, los primeros tres a vivir y
la última a montar su negocio, en el gran inmueble de abajo en su casa de
Montpellier, teniendo un parejo nivel de competición dentro de un plan, y asume
Laurent de la participación de su abuela en la misión, porque ella tenía los
atributos esenciales, no sólo para formar parte sino para orquestar; le fue en
ese momento claro al Charlot que su abuela dirigió una función internacional, y
se podrá ver porqué.
Laurent
exploró la estimable imagen de Camille su abuela, una del par de mujeres
de tres hermanos, y la más subsumida por el afecto familiar en vida de los
otros hermanos, antes que ella partidos, y el eje dentro de una parentela que
por esta vía materna de Laurent tenía cinco descendencias más aparte de Isabel
y Dominique -este fue el nombre de la madre de Laurent-, es decir cinco primos
hermanos de ellas dos. En este contexto concitó siempre Camille la
atención de los demás, y de modo excluyente, en referencia a lo simbolizado por
ella para hermanos y sobrinos y las parejas de estos y la descendencia de los
mismos hasta el día en que murió. Camille -vuelve a mirarla en el
recuerdo Laurent-, en cuya solvencia se encaminaban los dramas y las angustias
hacia una frondosísima sombra del camino en que los trashumantes se proveen de
agua y descanso, y además la dicción del lugareño afincado en tal mojón -y la
figuramos a ella- dicción expresando el modo de llegar a un x lugar, y
hasta los augures del clima.
Camille
Levasseur gozó siempre de la admiración de
todos los seres a quienes ningún secreto se les oculta, en razón del numen
tutelar reconocido en estos no demasiados surgidos de la cocina nacional de los
arquetipos, equiparables al Puente de Avignon de aquella chanson
veielle, o equiparables a un Guignol Lyonnais o a su animador, las
íntimas reliquias de Francia.
El
nieto de Camille entendió que todos los atributos de su abuela, eran más
que suficientes para asegurarse de que ella poseyó el control de una
responsabilidad prioritaria, y esto para Laurent la superpuso sobre los
llamados guías que tardarían en ir apareciendo; naturalmente hablaríase aquí de
un rol organizacional, y eso la superpondría. A todo esto Chaplaine ya entendía
en ese momento, que no podía él desconocer la posibilidad de la existencia de
otros centros de captación como lo fue su casa, pero en el resto del país.
¿Pero qué clase de captación? ¿De qué clase de personas? ¿Qué significaban,
dentro del pedregal inconmensurable de las criaturas humanas, mujeres como
Lettie Irving, Abbie O'Flaherty, Esther y Marie, o incluso cuál valor plus de
la individualidad lo seleccionaba a Martín Lesage? Y se explicará en breve aquí
porqué ahora Laurent lo pudo encasillar a Lesage dentro del grupo precedente,
de los auxiliados o laudables dignos de selección. Comprendió que Martín Lesage
se agrega al grupo de las damas de Poitou, más las originarias de Londres, más
los cuatro del Sudán, de quienes desconozco sus nombres, así como desconozco los
apellidos de Esther y Marie. Así que ahora se podía ver en el grupo a tres
varones con Lesage, y seis mujeres, y se habla de un grupo no integrado, casi
ni vistos entre sí, tratándose de un grupo para la pizarra de un redondel
teórico.
Resulta
oportuno ahora describir el caso Lesage con detalle. A sus 19 años en 1949,
era él el último miembro de una familia deshecha por el fatídico deceso de sus
padres, en un suceso inexplicado hasta hoy o hasta hace unos años, en que me lo
apuntan las francesas en casa de mis amigos. Los padres de Martín sufrieron un
ataque de madrugada por las calles de Montpellier, cuando volvían a su casa de
regreso de un hospital; ataque inhabitual en ese tiempo, y sobre todo
tratándose del matrimonio Lesage, el cual, sabido era por todos de su pobreza,
y nadie los odiaba. Tampoco vivían en ese tiempo los dos hermanos mayores de
Martín, muertos en la guerra.
Chaplaine
logró abrir un boquete a través del cual internamente vio a Camille,
sentada a una mesa familiar donde también se ubicaba él. La veía repasando el
capítulo Lesage, que otro día podía ser el capítulo Michel, o podía actuar otro
día en la mesa familiar el capítulo Cécile, y otro día Charles Gautier, tres
personas casadas con tres de los primos o primas de Dominique e Isabel. Podía
Camille actuar y desarrollar origen, vida y obra de aquéllos. Así, y con el
notable entusiasmo de sus evocaciones, contó ella in extenso, que ella misma
acogió a Martín Lesage en la casa, quien durante los tres años que usó la
vivienda de abajo, y él precede a Desjardins, omitió cobrarle un solo franco
siquiera, pero además ella le aportó dinero a él, incluso hasta para viajar a
otra ciudad a disfrutar del juego de jai alai, atracción incomparable
para Martín, o lo invitaba más de una vez cada semana a cenar con ellos arriba.
Recordó Chaplaine el esmero que profesó Camille hacia el muchacho en toda tipo
de cuidados. Y fue su abuela finalmente quien lo manda a París con una
carta de recomendación para lograr que lo tomasen en un restaurant importante, y
lo hace conseguir el empleo. En pocos años Lesage se convierte en un sommelier
de renombre.
Fueron
nueve los individuos que funcionaron como fundamento -o fueron mucho más de
nueve-, de una traslación que se valiese del apoyo de los pioneros
nueve, y a darse en el futuro. Una traslación de miles quizás. Figuradamente,
pensó Laurent, que tal vez irían a agruparse en torno a un fuego. Una fogata
indeterminable aun para él, al menos por poco tiempo.
Nos
ubicamos en Marzo del año segundo desde Laurent Chaplaine, como hubo un
desde Newton, un desde Einstein. No conozco de la vasta
consecución de avances en la física, (quamtum, fractales), ni sé cómo se
calculan los eclipses venideros, pero en conclusión, todos los días posteriores
a las demostraciones teóricas que los genios hicieron, el desplazamiento de la
especie alcanzó una proyección distinta, que se observa más adelante en el
tiempo, y aquellos días posteriores fueron los que la reseña histórica marca de
cuando las ideas se empezaron a mover en otro sentido, inapreciable en esos
días o meses, porque obtiene la claridad al explicar la reseña científica un
día, de la trayectoria que se generó en esos campos, en una dirección que
obliga y permite la ventana abierta por el descubridor.
Laurent
Chaplaine aún no desarrollaba su teoría
pero arriesgo a decir que en los dos o tres meses anteriores a este Marzo aquí
apuntado, ya estábamos en la Era Chaplaine, en referencia a que el sólo haber
ingresado a los oscuros pasajes, a los traspatios, de un país de fábulas dentro
de Francia, coexistente con el mundo común, y advertido en ese teatro en
noche cerrada, una singularidad imposible de capturar con el desobturador de la
máquina fotográfica del ordinario detective, sino que se consigue con la
máquina del sabio detective, enfocado en el momento justo en el lugar exacto,
quien de la nada reconstruye la historia secreta. Ser el testigo de una
singularidad, con esa inteligencia ahora entendemos que celestial de
Laurent Chaplaine, el haber ingresado a través de una grieta y divisar un
traspatio de la realidad de los otros seres, del país de Francia, la misión,
los guías mediadores del pasaje a un bienestar oculto, aquel 20 de Agosto
de 1997, ese fue el día 0 desde Laurent Chaplaine.
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Ahora
de nuevo en el salón de usos múltiples de su casa, en las mañanas, casi todos
los primeros días de Marzo, Laurent caminó de un lado a otro con los brazos
cruzados en la cintura, buscando definir el objeto del plan que como tal
desentrañó bastante antes. Existió un plan. Para hacer en orden su análisis, él
se dio un tiempo considerable en pensar en Latour, dado que la figura de
ella emitía el hechizo de una Mary Poppins a cargo de chicos mayores en
este caso. La memoraba con aquél tapado marrón claro, zapatos altos, cinturón
de hebillas enormes, en pantalón de satén, y camisas verdes o azules, y
el volumen de su pelo, y la blanda voz, le hicieron esos rasgos entender que la
figura de Latour bastaba para aproximarse a la explicación. Recordó en el medio
de esta reflexión que ella no vivía, o viviría, tan al norte, en la zona de
Polgar, sino que se afincó, definitivamente también, pero en Fougeres,
cerca del límite bretón-normando. De todos modos una región, una misma podría
decirse, con la zona de frontera asiento de Ciro Polgar. Y agrego yo -recordé
durante esta composición a esa villa, pero no había advertido la poética de la
casualidad-, de que más al norte de Arrás está la villa que le hace honor a la
mujer nacida en Limoges, la villa de Lille.
Como
cronista de todo aquello, me aparto un poco de lo atinente a Chaplaine, para
poner en consideración el hecho de que dos damas, otro par de amigas,
francesas, fueron quienes conocí y me posibilitaron este relato, Pauline y
Therese, porque amigo era yo y soy aunque apartado ahora, de unos galos,
toda una familia, parientes de Therese. Invitado fui a las reuniones típicas de
anochecer sabatino, durante todo un mes, y fue gracias a la suma de las cuales
noches que yo tomé en préstamo la enorme relación de sucesos, los cuales ellas
tomaron en préstamo a su vez en el año 2000 de Isabel Levasseur, quien
trabajaba con ambas en un rubro que ya referí. Tal vez carezca de importancia,
pero en una relación del tipo que presento, me veo obligado a admitir la
interesante agregación de una tercera comunión de damas, íntimas amigas, de
cuyo aporte inestimable en un living-room y comedor de araña de alabastros, y
objetos magníficos, la familia dueña de casa, otro invitado más y yo, nos
enriquecimos de los fundamentos de esta historia, contada de manera puntual y carente
absolutamente de ambientación, porque hicieron reseña de los elementos
específicos de un caso emparentable para Pauline y Therese a un enigma espinoso
bueno para Pérez Reverte o sino ideal para un expediente del Ministerio de
Interior francés. Esa enumeración de elementos puntuales, y las incontables
opiniones de ellas y nosotros sobre los mismos, de horas, no facilitaron
asimismo para mí, el tan difícil rescate de detalles de una ambientación que
puso a prueba mis conocimientos sobre el país de Francia.
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En
elección de la forma para concretar el episodio finisecular Chaplaine, decido
expresarme yo desde la distancia fría de un compilador de casos extraños, para
luego darle el paso al personaje excluyente, a que nos dé la comprensión y el
cierre, o haré el cierre basado rigurosamente en sus observaciones, que conozco
en detalle.
Tengo
para decir antes que nada, el porqué está vigente, y por ello nunca
reiterativo, el rol de animador dentro del mundo, de Europa, en todo lo
que sea concentrar la atención de la totalidad, y dotar a la aldea global de
expresiones, como por ejemplo lo han venido haciendo el pop y el rock y otras
ramas desde las islas británicas, en base a que las producciones musicales de
estos países, alcanza niveles más altos de repercusión en lo atinente a
política o mensajes de un apego a la filosofía, orientador en lo que hace a la
necesidad de estar dentro y comprometerse, sumado todo al alto nivel artístico
de todas esas tribus musicales, pero esto apenas tiene valor introductorio, y a
la problemática ingreso ahora.
No
resulta difícil explicar esto, en la división de los mundos: todos los orientes
sumados -son muchos-, y además todos los occidentes que el propio mundo europeo
hace nacer, siendo a la vez este continente lo anterior y lo posterior, y
siendo lo actual también, todo a un tiempo, y esto completa un equilibrio
global tremendo si le sumamos a un continente que es testigo, inequiparable a
todo el oriente, inequiparable al occidente todo, y también él mismo -del
África hablo aquí-, un centro necesitado de la contención y la integración que
el equilibrador de los mundos, perpetuo equilibrador de los mundos, de dé, le
permita, lo que Europa le dé y le permita. África todavía busca su razón de ser
en la completación a la que está destinado, su razón de ser en el concierto de
interrelación de estos años.
Europa, retomando el cauce principal, posee la matrícula del
equilibrador de los mundos, y aunque parezca un delirio, aunque muchos allí
viviendo ya lo entienden, debe este continente ser en lo posible imaginado como
un solo país o reino -pagano, cristiano, o mixto, se verá-, si nos atenemos a
que posee la unidad en la complejidad, por más que los separatistas corrompan
esta idea. Nunca ha perdido Europa, su cohesión en la tremenda complejidad,
y obvia heterogeneidad. Y tiene cohesión aun en el marco de una variación
idiomática cada 300 kilómetros, o 400 kilómetros, aun dentro de un mismo país
(picardo-provenzal), o el caso de Suiza con tres lenguas base, o el caso de
Italia, de variación idiomática profusa. Pero asimismo Europa mantiene
una consciente unidad en la complejidad, muchísimo más potente que la
fragmentación que persiguen los auguradores de separación, podría uno desde la
distancia asegurar, que desde el hemisferio sur americano resulta inconcebible
argumentación. Auguradores necios, de la separación, empero conocedores mejor
que los diplomáticos de las ilimitadas posibilidades de concretar -que no se
habla de la CEE -.....la fusión, fusión espiritual ya existente en su
sustrato, idéntico, cultural sustrato que ha dado forma unívoca, nunca
dividida, a un ser unificado, si advertimos el mismo y único patrón generatrix:
tronco lingüístico predominante, o los megalitos antiquísimos
(cromlechs, dolmenes) que testimonian unidad religiosa prehistórica europea,
aunque el concepto de prehistoria va a ser revisado aquí más adelante; y además
idénticos ardores mediterráneos de bardos y filósofos, en Homero, un
mediterráneo de Grecia, Pitágoras, un mediterráneo griego de Italia, Virgilio,
mediterráneo espíritu de Italia también. Además testimonian esta unidad,
titanes siempre emparentables, como el rey Meroveo, o el cid campeador Rodrigo
Díaz de Vivar, o el rey Arturo, o el testimonio de erudición en
exploraciones artísticas y espirituales semejantes, observado en Nicolás
Poussín, Boticelli o René de Anjou -mucho más que un pintor-, y además la
plurilingüística familia de personajes tales como Lorenzo el Magnífico
-mucho más que carisma-, o el astrónomo e inventor Edmund Halley, y Galilei,
Bruno, exponentes de un liberalismo soñador y de las ciencias, o más acá
el astromecánico danés Jens Olsen y al detenerme sé que con este envión
muchos enseguida podrán agregar veinte nombres pertinentes más. En definitiva,
véase aquí que estoy nombrando a personas de diferentes países e idiomas, en
unidad espiritual. ¿Quién podría en este marco de innegable cohesión, rechazar
la idea de unidad espiritual de Europa como una mega nación pluriétnica
y plurilingüística, pero una sola? ¿Quién podría negar a Europa
proveniente o dimanada de un mismo ambiente generatriz? Un demente, o un
destructor de mundos, o algunos de ellos.
Europa puede ser imaginado como un reino -complejo y
multifacético-, dada su manifiesta unidad espiritual y de intereses
constructivos, y el equilibrador además, de cuatro mundos: Oriente (todos),
África, Europa misma que participa de todos, y el occidente americano, u
occidente latu sensu que es América.
Hago
inclusión de este párrafo, como antecedente documental de la idea que necesito
forjar antes de darle el paso a Laurent Chaplaine, el descubridor.
Francia, en donde nos alojamos desde el comienzo de este relato,
atesora a la sociedad que amalgama los más elevados ambientes de las corrientes
subterráneas, y el más espléndido suelo, para la gran obra, cuya
manifestación inequívoca fue la proeza del císter : Las catedrales
góticas supremas de Francia. Doy algunas precisiones en auxilio a la idea a
completar: En Clairvaux, Bernardo construye la famosa abadía, de la
orden que se había fundado en 1098, en Citeaux. A la ciudad de la
abadía léasela Claraval, y al monje el de Claraval; y a la vieja
aldea de la orden léasela Císter. A esta orden del Císter ingresó
Bernardo de Claraval en 1112. Llegaron a alzarse 300 abadías de esta orden, y
posiblemente fueron 70 las obras dirigidas por el abad de Claraval en persona.
Y bien, a la gran orden del Císter se le asigna el honor de su autoría de las Catedrales
Góticas de Francia, que fueron y son diez. De estas diez, la obra capital
es la de Chartres, cuya plaza ya era un lugar de peregrinación pagano
hace 2200 años por lo menos; peregrinantes que iban hasta allí en provecho de
las fuerzas telúricas del lugar. La gran orden del Císter, los cistercienses
del abad de Claraval, tiene autoría sobre la totalidad, autoría de las diez
góticas. Interesante es que en vida del monje de Claraval, se buscó entre ellos
la fusión del Císter con la iglesia celta de Escocia, y tal vez la congregación
abacial haya logrado el ensamble.
Pero
debo completar la idea trabajada acerca de Europa y su ambiente interior más
puro, y a la par más impuro, como es Francia. Creo que nadie estacionado o
anclado, intelectualmente, una y otra vez en Europa, en sus paisajes,
suburbios, y reductos de convención y cuevas de exposición, tratando de hallar
respuestas de necesidad vital, que explore en las raíces, se reitera demasiado,
en la constante reinserción en Europa para tratar de encontrar ideas
cardinales; nadie se reitera demasiado, porque tiene pertinencia acudir. De ahí
que tantos autores, de materias de toda índole, se ahonden incesantemente en el
abordaje de problemáticas plantadas en el continente europeo, que yo audazmente
localízole su sede principal en el país de los galos. El país de Francia
asumiéndose rector del área desde Islandia hasta Portugal, desde Creta hasta
Rusia, y de nuevo hasta el Canal de la Mancha.
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Demudado
por la crisis interna de estar atravesando su metamorfosis aún, el Cheval a
Corde -así se le llamó de niño-, Laurent, consigue al fin tangir en su alma
el rumor de que había retornado a su esencia, a su arquetipo. Fue un Jueves que
Chaplaine va a pasar todo el día en casa de una prima de Isabel y Dominique, y
se queda unas doce horas, las cuales aprovechó muy bien para de la mano o la
memoria de su tía hacer un viaje de asociaciones libres y remembranzas
francesas en auxilio de su tránsito hacia el Alcázar de más allá del laberinto,
y la verdad. Y estuvo mucho tiempo en la cocina, una grande como la que pudiera
tener el servicio de Fontainebleau, y era un día radiante de sol y el
ventanal de esa cocina dejando entrar unas coníferas y otras especies a través
suyo, y allí Laurent se dispuso a encastrar tres o cuatro piezas en un
engranaje. En el medio de uno de los tantos andares de conversación él
establece que conocía muy bien todo el sur marítimo de su país, en una de cuyas
porciones vive, y reconoce a la dama dueña de casa, que del mismo modo ha
viajado por el noroeste del país, y nada por el resto del mismo. Y es un
instante después de estos párrafos que Laurent se sorprende riéndose, al
atesorar de pronto unas imágenes de sus estancias en el noroeste, y el nombre
de una localidad puntual recordada en esos momentos, o un par de ellas, del
área bretón-normanda, y había pasado Laurent en dicha región por Fougieres,
surgente en su memoria en esos instantes en la cocina de su tía, villa en la
cual envejecería -pensó- por estos tiempos Lille Latour. Y se detuvo un
poco en ella, otra vez, tratando de ubicarla con el valor aumentado de Lille
en lo simbólico, ya en lo postrero del documento por suscribir y el grado de
certitud obtenido luego de tanta incorporación de sucesos dentro de la saga en
esos meses. Lille Latour, aquella papisa de los antiquísimos druidas,
la dueña de Francia.
Surcado
el idilio repentino, Chaplaine se adelanta y vuelve a dominar la idea general,
repasando en su memoria el área normando-bretona, y la Picardía, y arriba el
borde con los Países Bajos. Piensa que de todos los mundos de Francia,
el que saludan las islas anglo-normandas, y por qué no decirlo, blinda París,
a un paso pero lejos, este mundo francés es el que lo inquieta. El Charlot
no consigue expresar lo que siente, algo reuniéndose con valor preeminente en
el fondo de esas imágenes que le aparecen, de sus andares por allí..... No lo
descifra, y prueba con hacer una combinación simple, y relaciona las tierras de
Rouen y Amiens y Calais, todo eso, con una teoría suya muy
débil en su enunciado para él en su momento, pero que recobró vida y vigor ahí
de pronto, y reconstruye en su mente en el acto, sobre un objeto depositado en
la Oficina Internacional de Pesos y Medidas, en Sèvres, en Altos del
Sena, un área suburbana al Sudoeste de París. Se trata del metro
original según la Convención Métrica del año 1889 en París,
guardado a temperatura adecuada para impedir una variación centesimal, por
alguna eventual drástica alteración del termómetro y el clima. Se trata de una vara
de platino e iridio, el metro original, no el utilizado como patrón legal
depositado a pocos kilómetros de Sèvres. Y esta vara, de observársela
bien, resulta ser una viga, propiamente dicha. Esta viga, que según la forma
adoptada por sus largueros, unos cuatro largueros que forman la viga, le dan a
sus extremidades, dos formas de letras H; a uno y otro extremo de la
vara, esta viga, se forman dos letras H, que algunos eruditos
catalogaron como semejante a un aspa o letra X, debido a la irregular
forma de estas dos letras -idénticas entre sí, en ambos extremos-, que así lo
hicieron interpretarlo. Este metro original, según la Convención de 1889,
es la resultante de una medición geodésica, del cuadrante del meridiano
terrestre, meridiano que es una circunferencia terrestre trazada entre el Polo
Norte y el Polo Norte. Esa longitud esferoidal, tiene una medida de 40.009 km,
con 152 mts. Para graficar mejor, el cuadrante de este meridiano terrestre
podría imaginarse de otra forma, como una circunferencia chica, trazada en
alguna parte entre el Polo Norte y el Ecuador, horizontalmente, es decir,
estamos hablando de una longitud de unos 10.000 km. A esta longitud, se la
redujo diez millones de veces, para designar el metro, de 100 cm de largo, pero
inferior en 0,2 mm a la diezmillonésima parte del cuadrante; los 100 cm son ese
resultado. Desconozco el porqué de la reducción de 0,2 mm del cálculo referido.
Chaplaine,
recuperando en eso una locura desbordante pero propia de los elegidos, cree en
esos instantes más que nunca, que el fluido de una emanación, la vara de Sèvres
distribuye, extraído aquel fluido antes, un poquito de él pero constantemente,
de su relación con la cuarta parte de la longitud esferoidal citada, en acción
magnética, y este funcionamiento es la razón ocultísima por la que se lo
guardaría, en Sèvres, o la razón de ser. La vara cumpliría una función de
acción magnética. Él llega a creer, no débilmente como en años anteriores que
lo dudaba, sino más bien intensamente ahora creyó, que la vara de la Oficina
Internacional en Hauts de Seine, aunque resultara inconfesable, tiene la
función de recibir la corriente magnética que le asegura su proporcionalidad
con el cuadrante del meridiano terrestre, un extracto magnético de fluido
esferoidal, atesorado en pequeño por afinidad. Que la vara de Sèvres en Altos
del Sena, al sudoeste de París, cumple una función conocida por un puñado de
personas apenas. Que se trataría de una acción de recepción y luego emanación.
Que recibe una corriente magnética y al no poder acopiarla, la redistribuye por
emanación hacia otros lugares, a los que inunda benéficamente con tal fluido. Y
que ese tal fluido puro, de gran poder, la vara de Sèvres distribuye cual
rocío, dando inestimable bien, al noroeste del país fundamentalmente, y a la
zona de París.
A
partir de haberse plantado en ese terreno desconcertante, él trata de dejar
comprendido este prodigio del metro original, dentro de una x acción
existente en todo el noroeste francés, y piensa que el efecto de la vara, debe
sumarse a las fuerzas telúricas propias de la región referida, o de una parte
de ella, Chartres, para obtenerse de esa combinación una fuerza nueva, una
tercera fuerza, impresionando la superficie completa desde la desembocadura del
Loira en Nántes, hasta Lille, y haciendo triángulo con París. Y cree sobre esta
fuerza nueva, en la idea de que dicha fuerza produce un aislamiento, o zona de
escisión, en beneficio de la población del área residente fija regional, y
Chaplaine no era tan tonto como para creer que una vara de platino e iridio de
100 cm de largo puede controlar un punto terrestre y con él acaso el entero
global; su idea se asentaba en la creencia de que aquel prodigio operante de la
vara en Hauts de Seine, inestimable pequeña acción según la Física no
publicada, a esa acción, había que añadirle, o se le añadirían o añaden, una
corriente telúrica ya muy estimable para los maestros del menhir, el dolmen y
el cromlech de hace 2200 o 2500 años, convergiendo a altura humana. Y aquí
llega la explicación de Laurent Chaplaine, quién afirmó no sólo a Isabel sino a
otros, que la vara de Sèvres en su pequeña acción pero fundamental, rescataba
una especie de corriente eléctrica espacial circundante del planeta, una
corriente circundante de gran poder, atrayendo flujos de la misma, poco pero
constantemente, y la volcaba a la tierra en esa zona, para que la otra
corriente, subterránea en este caso, se nutriera de ella y en esa fusión
magnética, esferoidal espacial y subterránea, actuando juntas, convergerían a
altura de la superficie donde vive la población. Allí él añade un último acontecimiento
bastante abstruso también en principio, y se trata de la idea de que el
inmediato canal de La Mancha, hoy contenedor de un túnel internacional, vertía
sobre la zona del noroeste francés, otro factor, emanado de una terraza de
fuerzas que son las islas británicas, terraza de fuerzas en suministro del
mismo campo unificado de fuerzas de Bretaña, Normandía y Flandes.
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Y
en la emoción y el calor de saberse más allá del laberinto, nuestro Charlot de
Vernissage obtuvo su anhelada síntesis. Todo, todo lo existente y recorrido
desde niños, cada fotograma y pequeñez intersticial de lo edificado por los
seres humanos, lo edificado y lo experimentado, materia mundo, todo deviene del
Pasado Anterior. Sí, ahí en ello, detrás del telón de fondo de los
albores de la escritura, del comienzo de la Historia, yacía la solución
del misterio. Allá por el año 5000 antes de la actual Era, se engendró
el orden que impera en la sociedad global en donde estamos inmersos. La
escritura, jeroglífica o cuneiforme, de los tiempos que asociamos
con la Historia incipiente, dio cuenta del comienzo de la misma. Pero el nunca
evaluado por muchísimos eruditos, trasfondo de aquellas tabletas, o rocas y
cilindros del arte de la inscripción que maravilló a los arqueólogos, sería el
hecho de que no hubo prehistoria antes del año 5000 anterior a la actual
Era, sino que la prehistoria existió mucho antes que eso. Entiéndase aquí a la
idea de prehistoria como ausencia de la polis, la urbe política y el desarrollo
de las ideas y el generarse instituciones representativas de la cultura y la
sociedad. Pues bien, Laurent descarta de plano esto, no sólo por el aceptado
hecho de que la ciudad empieza a delinearse, a inventarse en épocas del
neolítico, sino que él arriesga a decir, que un mundo, propio de los tiempos
históricos pioneros, aunque notablemente diferente, ya existía por ejemplo en
los años 6000 antes de la actual Era.
Laurent
Chaplaine en esto se hizo eco y voz representante de algunos testimonios
teóricos menos comprendidos que otros de muchísima más aceptación. Él entiende,
que en lugar de prehistoria, deberíamos estar hablando de Pasado Anterior,
cuando un ambiente generador del fermento de la civilización posterior, esta,
fue una Edad de habla desarrollada o florida, y el manejo experto del oro y la
plata. No asume el filoso rastreador de patrones antropológicos, que antes de
que el cobre antecediera al bronce, o que a la par del cobre o el bronce
pioneras materias de las artes metalíferas, que antecedieron al hierro, antes
de todo eso, ya fue la plenitud del oro y la plata, dato que de atestiguarse en
el profundo estudio del pasado remoto, serviría para confiar en la idea esta o
empezar a hacerlo. En el Pasado Anterior fue el oro y la plata, y fueron
los vasos comunicantes abiertos recibiendo el aporte vigoroso de los grandes
episodios de una Edad hoy inabordable, desde la cual se hizo un pasamanos,
neolítico mediante, de las bases que engendraron la Sumer y el Egipto
y los elementos internos de esas culturas cabentes en la Historia, y conocidas
por todos. Se le conoce a ese tiempo como la Revolución del Neolítico,
quizás desde aquel año 5000 hasta el 8000 antes de la actual Era,
o un poco más atrás también. El aquí llamado ambiente generatriz de la
incipiente Historia de los cilindros y las tabletas y el arte todo de la
inscripción egipcio, y del presente también lógicamente. Chaplaine acuerda con
algunos eruditos menos entendidos por el público, acuerda a solas digo, que la
prehistoria como precedente de Súmer por ejemplo, debe ser concebida
mentalmente como el Pasado Anterior, al menos hasta mucho más atrás en
tiempos del último tránsito del Paleolítico, en que nadie debe tener
inconveniente en apreciar allí la prehistoria. Porque nadie a ciencia cierta
está en condiciones de asegurar que aquellos hombres Cromagnon,
semejantes a nosotros en su aspecto físico y rasgos faciales, fueran un
tránsito hacia algo de mayor evolución como los egipcios, sino tan avanzados
como los ulteriores grandes constructores del valle del Nilo, o como los que
entre el Tigris y el Eufrates labraron leyes o forjaron métodos educativos
admirables para sus educandos; la revolución del neolítico, en cuyas internas
sociedades, el oro y la plata fueron trabajados admirablemente, dentro de aquel
interregno hubo o debió necesariamente haber habido el ambiente de los
ancestros guías, aunque no lo podamos discernir bien, pero superior a los
hombres insignes de Asiria, o Caldea.
Para
reforzar esto, en uso de un muy enseñable dato, a los fines de consagrar esta
idea, evoco a la Necrópolis de Varna, ciudad esta y puerto de Bulgaria en el
Mar Negro. Allí aparecen, descubiertas en 1972, 234 tumbas. En la número
43, yace revistiendo una osamenta, un verdadero "Tesoro del Jardín de las
Hespérides", en jaez dicha osamenta lucía 990 objetos de Oro, de un total
de 1500 gramos. Tenían las piezas una muy bella factura orfebreril.
Efectúo
una pausa, para destacar que la revolución neolítica de incumbencia aquí, es la
del Oriente Medio, que se expresa claramente entre los años 5000 y 8000
antes de la actual Era, necesaria distinción porque existe trasladada, una
revolución Neo europea, mucho más acá en el tiempo, en la cual se
alzaron algunas de las celebridades de este relato, como son los Megalitos en
todas sus formas. Esos tiempos, para el Oriente Medio, ya son del dominio de la
Historia, pero para el continente europeo aún se encuadra el tiempo de los Megalitos
en la prehistoria, uso estricto. Esto es interesante en idéntico sentido para
lo que continuaré detallando.
El
hombre de la Necrópolis de Varna, en Bulgaria, un poco adentro de la
disquisición anterior, reciente, fue sepultado en el jaez descripto, en un
segmento -no fácil esta precisión- más o menos de cuando el Egipto hace la
unión interna de dos reinos. Pero en el caso de Varna, aparece con nitidez
inigualable como ejemplo a disponer, lo que se conoce como un objeto fuera
de su tiempo, en este caso hablamos de 990 para ser más precisos.
Cronológicamente representa lo allí descubierto una orfebrería adelantadísima
en el tiempo, esperable para mucho después, o concebible para mucho después. A
tono con esto, para madurar la idea considérese aquí otro ejemplo muy válido,
como son unos colgantes de Zagrós, en Irak, tierra emparentable
al foco revolución Neo, datados dichos colgantes como del año 9500
antes de la actual Era, aproximadamente. Se trata de unos colgantes de cobre,
cuando este material -cobre- pertenece según toda la arqueología formal a mucho
más acá en el tiempo, dado que en el año 9500 anterior a la actual Era,
se sitúa como generalidad únicamente a la piedra pulimentada. Se hablaría, por
todo lo expuesto aquí, digo el interregno Revolución del Neolítico, de
un segmento transicional, que con propiedad puede también ser llamado Protohistoria.
Asidos del concepto protohistoria, nos vamos pudiendo acercar más fácilmente, a
la idea que buscamos. A nivel de los "filosos rastreadores de patrones
arqueológicos", definición jocosa, se habla de protohistoria claro, pero
nunca llega a hablarse como lo impulsaba o emplazó, en el orden de una
comprensión inhabitual, o poco intentada, Laurent Chaplaine, hablándonos de Pasado
Anterior y haciendo supresión lisa y llanamente de la noción de prehistoria
incluso hasta el año 9000, refería él, antes de la actual Era. Este
concepto del francés de nuestro relato, es misterioso evidentemente, y en el
reflejo general, emparentable a lo fantástico, aunque insisto en decir que el
personaje de Occitania, Chaplaine, no lo reseña él como el primero o primer
caso de un apunte así, a esta idea, porque hubo otros que la ensayaron antes
ciertamente.
En
la Necrópolis de Varna, en Bulgaria, hay un indicio, el referido, para nada
despreciable, acerca de un ambiente, que en este caso debe estirarse hasta mil
años atrás en el tiempo, porque si el hombre de Varna, sin exactitud aquí,
murió en el año 4000 antes de la actual Era, el arte orfebreril yacente
con él, pertenece a tiempos de mil y mucho más de mil años antes que él, de
acuerdo a este marco teórico. Tiempos que han sido de constante clasificación
dentro de la prehistoria. Uno se apoya, uno y Chaplaine y los que quieran
aceptar el planteo, mucho en que el lenguaje humano Cromagnon del segmento 8000-5000
antes de la actual Era, fue, no seguramente en la completud del tablero pero
fue, florido, y apropiado al uso de un juglar; aceptado esto podemos consentir
la idea de una literatura juglar -oral- para ese tiempo,
"prehistórico", y la suma de literatura juglar, más orfebres
maestros, y sumado por último a lo que en idioma Sánscrito asientan Los
Vedas, libros hindúes, en línea con esto: Allí consta que unos 5000
años antes de la actual Era, o un poco más atrás, la deidad llamada Indra
recibe las enseñanzas medicinales de maestros superiores a ella que la
ilustraron, un importante corpus de la ciencia medicinal, y dice en Los
Vedas que Indra se lo imparte de algún modo a Dhavantari,
como ella una deidad también. No parecen estos tiempos propios para una
designación como la de prehistoria, para hablar de tiempos en que aún no
existían rumores de Babilonia. El tema sería que hacia atrás, por ejemplo año 7000
antes de la actual Era, las razones de Chaplaine se adaptan al mejor de los
sentidos interpretativos para incorporar la noción de Pasado Anterior, y
esta denominación hallaría así su justificación.
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Los
constructores, originarios del Pasado Anterior, habrían venido en
cuidado de un dispositivo, iniciado por ellos, para conducir hacia la zona de
ensamble, en donde vivirían, o viven, los tutores, ellos mismos, en
tierra inglesa insular, básicamente, y hasta la Caledonia según el
nombre de cuando moraron ellos con intermitencias allí en lo antiguo, e Irlanda
también; llevar a sus elegidos, en un teatro dispuesto por los constructores,
ellos, en Normandía, en Flandes, y en la Bretaña francesa; en todo ese noroeste
francés habrase de preservar, por tenerse allí un ambiente aislado, desde
antes, durante y después de la 1a y la 2a guerra mundial, y a esa parte del
gran país de los galos, se han ido llevando hombres y mujeres seleccionados por
ser herederos, no de sangre, sino de una facultad que detentan algunos millares
apenas, entendido como -según el uso informal y antiacadémico- ubicuidad.
Los millares de seres humanos ubicuos, son los únicos capaces de
entender coordinadamente y a un tiempo, todos los teatros y escenarios de la
compleja realidad internacional, y los aspectos metasensibles de cada tiempo,
calladamente, y vivir en la dimensión de las causas, manteniendo a consecuencia
de ello, una conducta de precisión, refinamiento y sabiduría, necesario para
atravesar los más difíciles momentos, generalmente incomprendidos por el medio
restante. Los únicos cercanos a los constructores, que vienen a
ensamblarlos a ellos -los ubicuos- a sus ambientes, y que obviamente no tienen
casi absolutamente nada que ver con los cinco países británicos, sino con
mundos internos en ellos, los cinco tales países.
Los
constructores retornados habían preparado este mundo en el Pasado
Anterior.
La
noción más pedagógica que consigue Chaplaine, el más elevado heredero poseedor
del don de ubicuidad, es que ellos son los hijos de aquellos constructores,
una de cuyos era su abuela Camille Levasseur, y otros son Carlo
Antonio Bianco, François Desjardins, Lille Latour y Ciro Polgar, y
cuya detractora y rival por él descubierta fue o es Marion Gille, una de
los tantos detractores y rivales pero insigne, llamada Marion Gille,
quien se ubicó en París, en donde vive Lesage, uno como el
Charlot pero algo menor.
Un
día declara todo el compendio a Isabel, en una apoteosis. En ella hace en
determinado momento una interrupción, para intercalar que en casa de una prima
de ella Isabel, y de Dominique, cuyo nombre desconozco, al atardecer y a solas,
en el lodo del conocimiento que lo afectó en esa cocina aquel Jueves, intercaló
la idea de que fue ahí que él comprende, como muy probable, y hablando de
Martín Lesage, sommelier de profesión, que este reuniría los atributos,
observados seguramente por Camille, para poder enfrentar categóricamente a
Gille, y por ello se le envió a París. Martín Lesage habríase -pensó el
Charlot-, ubicado en ese lugar en donde se halla el nervio dentario de
la metrópoli de París, en que se ubican las tuberías enormes, de la
ciudad que subyace, oculta y secreta, en donde vivirían o viven, otros jorobados
de Notre Dame, los ductos subterráneos de París, las tuberías, el nervio
dentario que alberga el dolor de la humanidad, y lo contiene. Pero al mismo
tiempo prepara una venganza. ¿Metafísica, realidad?
El Charlot
de Vernissage, sigue y capta, le dice a Isabel en su compendio que él ahí
en ese atardecer en lo de su tía muy al Este de la ciudad, capta más que
entiende, que los hermanos suyos del Sudán, habrán llegado también ellos a la
zona de aislamiento, de un modo amañado, no por ellos pero amañado por otros
para mayor seguridad o medida procedimental o ritual; él entiende ahí que
Desjardins les predispone a los sudaneses para ocultarse en inmediaciones de
los Alpes Bávaros, en una aldea seguramente, consciente de que con un cofrade
suyo alemán, constructor, seguramente lograron los matrimonios africanos
cobijarse en el noroeste francés, hacía ya mucho tiempo. Y que eso sería el
sigilo de una trashumancia grande, en la cual millones de africanos, en este
caso de la humanidad común, invaluable para ellos pero común, ligados
metafísica inapreciable pero fuertemente a los 4 adelantados, llegarán
un día a congeniar en unido beneficio. Pero este misterio en su profunda
caracterología, lo entenderá en algún tiempo, tal vez en pocos meses, dijo él.
Háblase
sin dudas aquí, de un acontecimiento universal que siempre la humanidad
ha creído, desde otras épocas, que se iría a producir. Todo este compendio
sitúa un año 0, en 1997, Agosto 20. Hoy ya en el siglo 21,
se tiene necesidad de que los maestros del Pasado Anterior,
logren efectuar un servicio: transformarse en signo único, por tratarse ellos
de los genios tutelares que patrocinan a la especie genuina,
afectuosamente ligados a los hijos suyos, hijos de los constructores,
del referido don de ubicuidad. Tiene una dinámica circular envolvente el
juego. Y espero, desde una voz pasiva de espectador, y por el bien de tantos,
que lo puedan lograr.
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